viernes, 8 de julio de 2011

Tiro de gracia. Autor David Gómez Salas

Tiro de gracia. Autor David Gómez Salas

Una noche arribó un automóvil rojo al terreno que colinda con mi huerto. Entró por una parcela abandonada sin cerca al frente, el acceso estaba libre. El automóvil avanzó hacia donde me encontraba y se estacionó en el límite con mi terreno, muy cerca de mí.

Descendió del automóvil, una pareja de enamorados que se abrazaban y besaban. Con rapidez pusieron sobre el suelo una colcha y empezaron hacer el amor frente a mí.

Me retiraba silenciosamente del lugar, cuando el hombre gritó: ¡Quien anda ahí!

—Estoy en mi huerto—Contesté. Seguí caminando para alejarme del lugar y escuché disparos y sentí al mismo tiempo un balazo en mi brazo izquierdo. Corrí al río, es un cauce seco con algunos árboles de mezquite y maleza que crece en el desierto.

Corrí sin detenerme a lo largo del cauce hasta llegar a su cruce con la carretera. Antes de subir a la carretera, revisé mi brazo y me dí cuenta que mi herida era solo un rozón. Sin embargo supuse que por la sangre sería difícil que alguien se atreviera ayudarme y llevarme en su automóvil. Así que decidí seguir caminando por el cauce hasta llegar a las vías del tren y caminé a la ciudad por esa ruta. Era más segura, por ahí mi agresor no podría seguirme en automóvil, no hay forma.

Llegué a casa después de la medianoche, todos dormían. Me bañé y lavé mi herida con detergente, después le puse mercurocromo. Con gasa, presioné ligeramente la herida con mi mano derecha hasta que dejó de sangrar y la herida quedó seca externamente. Coloqué gasa limpia sobre la herida y la fijé con tela adhesiva. Me acosté del lado derecho con el brazo izquierdo arriba y sin moverme.

Al día siguiente, al mediodía, pasé en automóvil frente a mi huerto para observar si había alguien vigilando. Me di cuenta que 50 metros adelante, estaba un carro color gris plata estacionado del otro lado del camino, en sentido contrario al mío. No me detuve, seguí hasta el final del camino, es un tramo cerrado que comunica a varios terrenos con una carretera. Cuando llegué al final del camino di vuelta en “U “. Pasé de nuevo frente al auto estacionado y me di cuenta que en su interior, había una mujer.

El mismo día, a las 5 de la tarde di otra vuelta. Permanecía el carro estacionado con una mujer en su interior. Parecía ser una mujer distinta a la que había visto en la mañana. No estaba seguro, porque al pasar frente al carro, no volteaba descaradamente a verlo, simulaba llevar la vista al frente y voltear brevemente como con cualquier auto.

Pasaron 15 días en que no pude regar mis árboles y el sol los estaba matando. Son árboles jóvenes con raíces aún poco profundas. Así que al dieciseisavo fui al huerto a regar. Para que el agua se infiltre a través del suelo debo regar de tarde noche. De día el agua se evapora muy rápido y no se aprovecha. Mi terreno es arcilloso, sin arena, poco poroso.

Al llegar al huerto, de inmediato vi que estaba el carro gris plateado en el sitio de siempre, lo ignoré. Me estacioné frente al portón, lo abrí, metí mi auto, cerré el portón y me dirigí a mi auto para ir al fondo del terreno. Pero en ese momento el carro gris plata ya estaba frente a mi terreno y como la cerca es de malla ciclónica, la mujer que bajó del auto y yo, podíamos vernos. No podía fingir que no la había visto.

—¡Señor, señor!—Gritó.

Me aproximé a ella, para escucharla. Era una mujer muy joven, delgada, morena, rostro delicado, ojos negros grandes, cejas pobladas y nariz pequeña. Cabello lacio sujetado hacia atrás.

—Necesitamos platicar—Me dijo. No tenga miedo, no le vamos hacer nada. Usted no rajó, no fue a la policía. Mi novio y yo, queremos darle un regalo de agradecimiento.

—Nada hay que agradecer—Le dije.

—Solo queremos platicar, no tenga miedo—Insistió. Suba a mi carro lo llevaré. Usted es un hombre fuerte, yo soy solo una mujer de 18 años ¿Me tiene miedo?

—Necesito darle agua a las plantas, se están secando—Contesté. No me deben nada, me urge regar.

—Espere, voy a llamar por teléfono, a ver que me dicen—Contestó.

Se retiró un poco e hizo la llamada atrás de su coche. Solo habló un minuto y regresó al portón y dijo: Está bien, póngase a regar, pero estamos entrados, rechazó mi invitación.

Caminó a su auto y dijo: espere, quiero enseñarle algo. Llegó al auto, abrió la cajuela y sacó una metralleta. ¿Ve este juguete? Si lo quisiera chingar, lo hubiera chingado, aunque se echara a correr.

Guardó el arma en la cajuela, subió al auto, dio marcha al motor y volteó a verme por la ventanilla. Sonrió y me dijo: nos veremos pronto y la próxima vez no me digas no. Se fue.

Ese día, terminé de regar como a las once de la noche. He aprendido a disfrutar el cielo estrellado del semidesierto, y he aprendido a amar la nobleza de su escasa vegetación. Me gusta estar a oscuras y mis ojos se acostumbran a ver con la tenue luz de la luna, aún cuando no haya luna llena. Así que decidí que a partir de ese día iría a mi huerto solo de noche. Me sentía más seguro, pero no perdía el miedo de que llegaran a visitarme.

Pasaron más de tres meses y cuando ya sentía que no los volvería a ver, apareció la mujer. Arribó a las 9 de la noche, se estacionó fuera de mi huerto. Nos vimos de inmediato, yo estaba abriendo una válvula que se encuentra cerca del camino. Bajó de su auto y me dijo: Buenas noches, mi buen.

—Buenas noches—Contesté. Tenía miedo, aunque ella tuviera 18 años y se viera sin maldad.

—Ábreme quiero platicar contigo—Dijo. No tengas miedo, no te voy hacer nada ¿Estás armado, güey?

—No—contesté. Y abrí el portón.

Pasó al huerto y me dijo: Mataron a mi novio, a mis papás, a mis carnales y a mis amigos. Al final solo quedamos vivos tres y éramos un chingo. Los tres que quedamos vivos, nos despedimos y cada quien jaló por su cuenta, sin saber de los otros, para que en caso que lo agarren, vuele solo.

Vine porque tú eres uno de lo pocos que no me eché ¿Me entiendes?

Me respetaban por mis ovarios bien puestos ¿Me entiendes?

Nunca me temblaron las manos, ni las piernas, ni nada ¿Me entiendes?

Así que pensé, me voy a echar aquel pinche campesino y vine.

Pero ya te dije que no te voy hacer nada y siempre cumplo mi palabra.

Déjame ver tu brazo. No te pasó nada y te disparó muy cerca por la espalda. A esa pinche distancia, yo te hubiera dado en la cabeza, la espalda, donde quisiera. Pero “El Culi” falló. Así le decían mi novio porque él a todos les decía culeros.

Pienso que a partir de esa noche empezó su racha de mala suerte. Por dejarte vivo. Los muertos nunca dan problemas, ni traen mala suerte. Perdí la cuenta de los he matado sin problemas. Pensé que debía darte cuello para terminar mi raja de mala suerte y vengar a “El Culi”.

Mientras yo regaba, ella caminaba a mi lado y a través de ella, habló el diablo. Platicó, casi sin interrupción, cerca de dos horas. Después me dijo: “El Culi” ya está muerto, como mis papás. Así que si voy a cumplirle a un muerto, que sea a mi mamá y no al güey del Culi.

Sacó debajo de la chamarra una pistola, la puso en mi cabeza y me dijo: si quieres vivir acuéstate en el suelo y repite lo yo diga.

—Doña Marisol, perdone a su hija, así como ella me perdonó—Dijo.

—Doña Marisol, perdone a su hija, así como ella me perdonó—Repetí.

—Ya la hiciste, pinche campesino—Dijo. Puso la pistola en mi nariz, desabotonó su blusa y, con una leve sonrisa, me preguntó:

¿Te gusta mi cuerpo, güey?

—Si

¿Has estado con una hembra como yo?

—No

Pues te la vas a perder, dijo. Guardó su pistola y se fue.

jueves, 9 de junio de 2011

La mujer y el mar. Autor David Gómez Salas


Mar embravecido.

semilla de mis pasiones,

al sacudir mi cuerpo

fortaleciste mi alma.


Tu oleaje indomable

lo llevo en la sangre.

Es mi linaje, mi estirpe.

Mi vendaval y fogosidad

son tu herencia.


No me espanta

que la embarcación cruja

y el vendaval me sacuda.

Me gusta.


Amo tu cielo encapotado,

tus tormentas desatadas.

Tus cambios,

tu interior…

tu calma.


Mar, eres mi mundo-vida.

Por ti comprendo

mi naturaleza,

mi temperamento.


Amo a las mujeres

que son tormenta

y también a las

que son bonanza.


Las amo siempre:

ardientes o cohibidas,

inquietas o serenas,

lujuriosas o santas.


Las amo como el mar:

Con intensidad.

Unas veces estremecido;

otras, con calma.

viernes, 27 de mayo de 2011

Amnesia. Autor David Gómez Salas

Amnesia

Autor David Gómez Salas

Señorita no recuerdo quien soy. No recuerdo mi nombre, ni edad, ni siquiera sé donde vivo. Estoy diciendo la verdad, estoy perdido.

—No vivo en esta ciudad, no lo puedo ayudar. Pregunte a una persona, que sea de este lugar.

Señora no recuerdo quien soy. No recuerdo mi nombre, ni edad, ni siquiera sé donde vivo. Estoy diciendo la verdad, estoy perdido.

—Sé donde vives primor, irás a casa conmigo. Te he estado buscando ¡Por fin encontré a mi marido!

No se ofenda señora la veo muy grandecita. Y calculando edades, podría ser mi abuelita.

—Vamos a casa mi rey, allá te bañaré. Y para curar tu amnesia, mi cuerpo, te entregaré.

En su casa, con prisa, me quitó la camisa. Estaba desesperado, me sentía atrapado.

—Para bañarte, dijo: te voy a desnudar. Y para no mojar mi ropa, también me la voy a quitar.

Se me ocurrió hacerle cosquillas en sus peludas axilas y también en las costillas.

Tanta risa le dio, que la vieja se orinó. Y para que me detuviera, dejarme ir prometió.

Fuera de su casa, grité: ¡Ya sé quien soy! ¡Adiós doctora, ya todo lo recordé!

sábado, 21 de mayo de 2011

Luna enamorada. Autor David Gómez Salas

A mi musa…


En mi huerto,

durante el verano,

en las noches, consumido,

con desgano;

al terminar mi trabajo,

me acostaba conforme

y lleno de ilusiones,

sobre una piedra enorme.

La luna preciosa

y sensible lo notó.

Y mi admiración por ella,

mal interpretó.

Se enamoró de mí

y partir de ahí,

solo hubo luna llena,

Plenilunio, para mí.

La linda luna

fue mi inspiración.

Hice mil poesías,

por esa razón.

Tardé en comprender

su dulce mirada;

y darme cuenta que,

de mí, estaba enamorada.

lunes, 9 de mayo de 2011

La cena. Autor David Gómez Salas

—Me enteré que ayer pagaron su cena con el dinero recolectado para apoyar el movimiento estudiantil—dijo Perico. Como integrante del Comité de Lucha les digo que no estoy de acuerdo.

—¿Recolectado? ¿Así en abstracto?—Le pregunté.

Lo recolectamos nosotros tres, los que cenamos enfaticé. En total colectamos trescientos sesenta y siete pesos y únicamente gastamos en la cena quince pesos. Comimos tres tacos y un refresco cada uno. Lo platicamos con todos, no ocultamos nada.

Nos pasamos en la calle y los camiones desde el mediodía hasta las ocho de la noche repartiendo volantes, explicando porque luchamos, y pidiendo que nos apoyen.

—Ellos se han quedado a cuidar la escuela muchas noches y siempre pagan su cena, con sus propios recursos—Dijo el maestro Terán. Lo de anoche fue una excepción, yo pagaré lo que gastaron y pagaré la cena de hoy.

—Gracias maestro pero hoy no nos quedaremos—contesté. Necesitamos ir a nuestras casas. Imagino que Perico y sus amigos se quedarán hasta mañana. Ya van a dar las diez de la noche. Que les sea leve, no se duerman. Regresamos mañana, nos vemos en la asamblea.

Así que después de cuidar la escuela por más de treinta noches, le dejamos a Perico y sus amigos, esa responsabilidad.

Esa noche el ejército entró a la universidad y apresó a quienes estaban adentro. Detuvieron a muchos estudiantes en otras Facultades, en la nuestra a nadie. Así fue como me enteré que no se habían quedado Perico y sus amigos.

Desde el principio de nuestra lucha pedíamos la libertad de los presos políticos, ahora lo exigíamos con más ganas.

También pedíamos la derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal. Que consideraba delito de disolución social cualquier reunión con fines políticos. Aún cuando la reunión fuera pacífica, con pocas personas y se celebrara en una fábrica, escuela o casa particular. Bastaba que se calificara que el propósito de la reunión era conspirar contra el gobierno, las instituciones. Y al bote (la cárcel).

Nos sentíamos en una sociedad sin libertad, pedíamos la desaparición del cuerpo de Granaderos, la destitución de los jefes policíacos que ordenaron la agresión a los estudiantes y también pedíamos que el gobierno pagara indemnizaciones a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto.

Pues nos dieron más palos, ahora el ejército había tomado posesión de la universidad. Había más presos políticos, más desaparecidos, más represión, y tenían más poder la policía y el ejército.

Nosotros protegíamos la escuela armados con piedras y palos, para que no la asaltaran los porros, pero nada hubiéramos podido hacer contra el ejército. Así que gracias, muchas gracias Perico.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Tristes recuerdos. Autor David Gómez Salas

Al morir su madre dijo a sus hermanas:

nos repartiremos la joyas, mañana.

Me figuré un desagradable festín

para repartirse el botín.


No las imaginé con dos brazos,

las pensé con seis tentáculos.

Y dije, no deseo ver

ese triste espectáculo.


—No lo veo así, contestó.

Así no piensan los cuerdos.

El oro, las perlas y gemas;

serán mis tristes recuerdos.

domingo, 20 de febrero de 2011

La apuesta. Autor David Gómez Salas

Nada hay que explicar

sobre una poesía.

Absurdo y aburrido

sería.


Los incapaces de crear,

los amargados;

atacan sin cesar

lo que no han creado.


Los que no existen

por sí mismos;

actúan con envidia

y con nihilismo.


Aquellos, con el tiempo

serán olvidados.

Y poemas que no fueron explicados,

generosamente serán recordados.


La mirada del jaguar

David Gómez Salas

miércoles, 9 de febrero de 2011

Cristiano alevoso Autor David Gómez Salas

En la arena del circo romano

estaban: un violento león

y un torturado cristiano.


El león cuidado y sano.

Maltratado y débil, el cristiano.


Al cristiano lo enterraron

sin compasión, ni pena.

Solo su cabeza

quedó fuera de la arena.


El león que estaba libre

y super sano,

se lanzó sobre la cabeza

del cristiano.


Este movió el cuello,

esquivó el ataque;

y arrancó un testículo

al león, con un mordisco.


El público protestó

que moviera el cuello.

Con llantos reclamó,

tal atropello...


Historias callejeras

David Gómez Salas

jueves, 27 de enero de 2011

Muñeca. Autor David Gómez Salas

Lupita, dulce muñeca querida,

tu espíritu es inquebrantable.

Eres excelente esposa y madre,

eres el gran amor de mi vida.


Eres hermosa de rostro y alma,

eres hija y hermana, ejemplar.

Irradias ternura y suave calma.

Por ti, comprendí lo que es amar.


Poesía a la carta

David Gómez Salas

lunes, 24 de enero de 2011

Pelea callejera. Autor David Gómez Salas

En Barrio Nuevo, mi barrio en la ciudad de Tapachula Chiapas, una tarde-noche el Chilaco se iba a pelear con Juan. El Chilaco dos años mayor que Juan, con más estatura y musculatura, se veía invencible. Su aspecto sucio de vago, lo hacía ver con mucha experiencia en peleas callejeras.

Alrededor de los contendientes estábamos, como espectadores, quince jóvenes y niños. Algunos adultos observaban al grupo desde las puertas de sus casas y otros desde la tienda de la esquina.

Nacho, que era nuevo en el barrio, se acercó a ver la pelea que se pronosticaba sería desigual. Juan media cinco centímetros menos de estatura, además era más joven y delgado. Vestía ropa limpia, estaba bien peinado, se veía pulcro y educado. Tenía en la mano derecha, una vara de bambú de un metro de largo, color amarillo con manchas color café.

Juan debía pelear con aquel energúmeno para no ser calificado, por los demás, de cobarde. Estaba en juego su honor.

El Chilaco se quitó la camisa para iniciar la pelea, mostró sus fuertes músculos y se colocó en el centro del círculo de espectadores.

El turno era de Juan, lo estaban esperando…

Juan extendió el brazo derecho invitando a Nacho a que sostuviera su vara de bambú, para poder enfrentar a mano limpia al temible Chilaco. Eran las reglas de la calle.

Cuando Nacho tomó la vara de bambú, todos huimos del lugar: Incluso Juan y el feroz Chilaco.

Nacho, descontrolado, sintió que la vara estaba mojada y tardó dos segundos en darse cuenta que la vara de bambú estaba embarrada con excremento. Excepto el sitio donde Juan la había agarrado.

Bienvenidos al barrio