Alrededor de los contendientes estábamos, como espectadores, quince jóvenes y niños. Algunos adultos observaban al grupo desde las puertas de sus casas y otros desde la tienda de la esquina.
Nacho, que era nuevo en el barrio, se acercó a ver la pelea que se pronosticaba sería desigual. Juan media cinco centímetros menos de estatura, además era más joven y delgado. Vestía ropa limpia, estaba bien peinado, se veía pulcro y educado. Tenía en la mano derecha, una vara de bambú de un metro de largo, color amarillo con manchas color café.
Juan debía pelear con aquel energúmeno para no ser calificado, por los demás, de cobarde. Estaba en juego su honor.
El Chilaco se quitó la camisa para iniciar la pelea, mostró sus fuertes músculos y se colocó en el centro del círculo de espectadores.
El turno era de Juan, lo estaban esperando…
Juan extendió el brazo derecho invitando a Nacho a que sostuviera su vara de bambú, para poder enfrentar a mano limpia al temible Chilaco. Eran las reglas de la calle.
Cuando Nacho tomó la vara de bambú, todos huimos del lugar: Incluso Juan y el feroz Chilaco.
Nacho, descontrolado, sintió que la vara estaba mojada y tardó dos segundos en darse cuenta que la vara de bambú estaba embarrada con excremento. Excepto el sitio donde Juan la había agarrado.
Bienvenidos al barrio
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