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martes, 17 de mayo de 2016

Salvamento pesado

Salvamento pesado
© David Gómez Salas

Viajamos del Distrito Federal a Cancún Quintana Roo: Pepe, Maximiliano y yo, en el camino Pepe nos platicó que le fascinaba nadar y que cuando estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México había ganado el segundo lugar en un concurso de natación a nivel nacional.  No recuerdo el nombre de la competencia , no recuerdo si fue a nivel universitario  o de todas las asociaciones estatales, no recuerdo más datos.  Pero un segundo lugar nacional es algo relevante,  sin duda era muy bueno nadando.

Nos detuvimos para comer en un lugar paradisiaco llamado El Cenote Azul que se encuentra en Bacalar Quintana Roo.

Es un restaurante construido en el borde del Cenote, así que se puede nadar en las cristalinas aguas del Cenote y subir directamente al restaurante para  tomar un refresco, una cerveza o comer. Max y yo nos metimos a nadar, Pepe fue por unas cervezas.

Max se tiró un clavado y nadó al centro del Cenote una distancia de  40 - 50 metros. Yo nadé primero para separarme de la orilla más o menos 20 metros y  después me quedé nadando y flotando en esa zona para estar observando la orilla,  atento para cuando  Pepe  arrimara las cervezas al borde .

De repente,  Max me dijo ¡David, hay una persona que se está ahogando!

No  había visto a esta persona en apuros porque mi mirada estaba dirigida a la orilla y la persona se encontraba atrás de mi, a quince metros de distancia en dirección al centro del Cenote.

— ¿Que hacemos? — me dijo.  Se está ahogando y me pidió ayuda.
— Pues no podemos dejar que se ahogue — respondí .  Y nadé hacia la persona para auxiliarlo.

El problema era que aprendí a nadar sin técnica, como la mayoría de mi pueblo en aquellos años.  Puedo nadar en el mar o en lagunas muchas horas seguidas sin cansarme, siempre y cuando no tenga que  cargar objetos pesados. Sé nadar para mantenerme a flote y avanzar, para vencer corrientes ligeras  e incluso avanzar tramos cortos con  fuertes corrientes, pero  hasta ahí. No me sentía ni me siento  capaz de poder salvar a una persona.  Es mucho peso.

Sin embargo nadé hacia la persona, a sabiendas que podría morir . Las personas que se están ahogando normalmente se agarran desesperados de cualquier cuerpo que flota  y con frecuencia terminan ahogando al auxiliador.

Pensé  de inmediato en mi esposa e  hijas, también en mi madre. Quizás ya no las volvería a ver. Al mismo tiempo pensé lo que haría para salvarlo.

Me acercaría de frente para poder hablar con él y explicarle como lo salvaría.

Mi plan era que lo ayudaría a flotar y que él se mantuviera quieto  y no intentara tener toda la cabeza arriba de la superficie del agua, que inclinara la cabeza hacia atrás y dejara solo la nariz y la boca fuera del agua. Sabía que de esta manera podríamos  avanzar lentamente, pero  seguros.  Cerca de la  orilla quizás  alguien podría lanzarnos  una cuerda y jalarnos.

Otra opción era que yo lo ayudara a flotar y que Max, no diera empujones sin comprometerse a sujetarnos.  Como cuando se empuja una lancha.

La mejor opción era que Pepe, segundo lugar nacional en natación, se lanzara al agua y lo salvara.  Pero los que estábamos cerca  éramos: Max y yo.  Pepe había a la barra por las cervezas.

Pensé que si detectaba que la persona intentaba sujetarme o montarse en mí, entonces me hundiría de inmediato  porque  el que se está ahogando  desea mantener la cabeza fuera de la superficie del agua. Con esta maniobra imaginaba que me soltaría al sentir que lo jalaba para abajo.

Ya estaba frente al él, era un joven como de 20 - 25 años de edad, moreno de cabello negro.

El muchacho estaba desesperado, al sentirme cerca su primera reacción fue estirar los brazos para sujetar mi cabeza. Me hundí como lo había planeado pasé por abajo de él, vi que tenía puesto un short de mezclilla. Subí y con la mano derecha lo tomé por atrás del cinturón del short  para ayudarlo a flotar y al mismo tiempo le puse mi antebrazo izquierdo en su cuello y empuje hacia adelante su cabeza para evitar que girara.

—Estoy calmado — me dijo

— Estamos flotando, te voy salvar  — le contesté.

Max llegó y empezó a empujarnos, avanzábamos con lentitud pero seguro.  Afortunadamente , por fin llegó Pepe a la orilla del Cenote , con tres cervezas. Max le gritó ¡Ayúdanos, se estaba ahogando!

Pepe dejó las cervezas en una mesa, se quitó los lentes, la camisa, los zapatos, los calcetines y se lanzó al agua.  Se me hizo eterno ese tiempo.

Nadó hacia nosotros y cuando llegó se preparó a darle un golpe a la persona que rescatábamos.

— Está controlado — gritó Max.

Entre los tres lo arrastramos a la orilla. La presencia de Pepe nos dio mucha confianza.  Al subirlo a tierra nos dimos cuenta que era un muchacho muy fuerte, como de 1.90 metros de estatura.

— No sé que me pasó — nos dijo. Yo he nadado con frecuencia y nunca me había pasado esto. Se me acalambraron las piernas y no tenía fuerza en los brazos.

—A veces llegan corrientes de agua muy fría porque el Cenote tiene de 40 a 60 metros de profundidad —  le contesté.

El joven descansó un rato recostado en el piso. Unas monjas que habían visto desde la parte alta del restaurante todo el rescate, bajaron al sitio  y nos dijeron: benditos sean.

Al oír lo anterior, el joven les dijo: No sé que me pasó , ya les conté que soy atleta, corro y nado todos los día y ...se puso a presumir  sus hazañas y records.

Nos retiramos para comer y tomar las cervezas.

— Al final, cuando llegaron las religiosas,  ese muchacho  presumió tanto que me dieron ganas de regresarlo al agua — dijo Max.

Cuando llegué al rescate pensaba noquearlo con un golpe porque así es más  fácil y seguro salvar a quien se ahoga. Pero me detuve al escucharlos  decir que el muchacho estaba calmado — dijo Pepe.

— ¡Lo hubieras noqueado!  — contestó Max.


jueves, 20 de octubre de 2011

Komada. Autor David Gómez Salas

Al excavar junto al río, encontré nueve piezas de metal con un grabado rústico que decía 24 K. Parecían tabiques de color amarillo. Las limpié y de inmediato imaginé que eran de oro (zlato), brillaban.

No vivo en mi parcela y no deseaba trasportar el oro a casa porque en la carretera al pueblo existían dos retenes: uno de soldados y más adelante otro de policías. Podrían revisar mi morral y quitarme el oro.

Tampoco podía dejarlo enterrado en el mismo sitio, porque la gente va seguido al río.

Así que hice un cajete en medio del terreno, entre las hortalizas, puse los nueve tabiques de oro en tres filas, las cubrí con tierra y encima encajé plantas de ajo. Dejé el oro enterrado en mi parcela y fui a casa.

Al camión de pasajeros que tomé para ir al pueblo, lo detuvieron en los dos retenes y en ambos revisaron mi morral. Por primera vez sentí alegría por tener el morral vacío, así que sonreí cuando lo revisaban.

Concluí que aunque ya era rico, seguiría vistiendo como pobre, para que nadie pensara en robarme.

¿De que me servirá ser rico, si seguiré viviendo como pobre?, me preguntaba. Y me convencía mi mismo: será por mi seguridad.

Decidí evitar que visitaran mi parcela, para cancelar la posibilidad de que fueran a descubrir el oro.

—¿Cómo venderé el oro?—me pregunté. En mi comunidad no hay bancos, solo hay tiendas de abarrotes.

Si viajo hasta el banco de la ciudad regional, cuando les muestre el oro, pensarán que lo robé. Pues notarán que soy campesino (seljak).

Un día fui a la ciudad regional y visité una tienda llamada Mr. Gold , que tiene un letrero que dice: compro oro en joyas y en “pedacería” (komada). Pagaban a 4,125 dinares el gramo de oro de 18 kilates. De 24 kilates casi no hay, me dijo la señorita que atendía, pero si tienes algo de 24 kilates, lo pagamos a 5,500 dinares el gramo.

Al día siguiente llevé una báscula a mi parcela. No pesaban lo mismo todos los lingotes, había diferencias de gramos. En total los nueve lingotes pesaban 173 kilos 790 gramos. Si el oro era de 24 kilates, todo valía más de 955 millones de dinares, 8.9 millones de dólares.

Con marro y cincel, corté una rebanadita en una orilla, más o menos dos gramos y viajé de nuevo a la ciudad regional.

No puedo saber de cuantos kilates es tu oro—dijo la señorita.

Pensaba que traerías un anillo o una cadena rota, que ya tiene grabado de fábrica, los kilates. Solo puedo comprarlo, si lo dejas para que el dueño haga unas pruebas para conocer el “kilataje”.

—¿Cuánto tiempo?—pregunté.

—No sé—contestó de inmediato. Bueno, una semana o más. ¿Lo dejas?

—Dejaré la mitad—contesté. Con una navaja corté la laminilla, más o menos, a la mitad. Pésala por favor, le dije mientras la entregaba.

Pesó 1.1 gramos.

—Bueno, déme un recibo por favor y regresaré el próximo miércoles—le dije.

Me dio el recibo y dijo: hasta el miércoles después de las tres de la tarde, adiós (zbogom).

Fui a otras dos tiendas que compran oro. En una de ellas me dijeron que solo compraban oro en alhajas. En la otra me pidieron que llevara primero una identificación oficial y comprobante de domicilio.

El miércoles siguiente acudí a la tienda Mr. Gold (zlato).

—Dice el patrón que te pagará a 4 mil dinares el gramo—dijo la señorita.

Me dijo que te explicara que te paga solo 3 gramos porque se pierde oro al realizar la prueba y que además te descuenta 2 mil dinares por la prueba del “kilataje”, Así que, aquí tienes 2 mil dinares.

—Está bien—contesté. Te dejaré otro tanto, pésalo por favor. (Pesó 3.1 gramos).

—Te pagarán 10 mil dinares en total, descontando el costo de la prueba—me dijo. Nos vemos el próximo miércoles, añadió al entregarme el recibo.

Los boletos del autobús costaban 600 dinares, así que gastaba 1,200 dinares de ida y vuelta. Por lo tanto necesitaba vender 4.65 gramos para que me quedaran 15 mil dinares (140 dólares), después de descontar la pérdida de oro, el costo de la prueba y los pasajes de autobús.

Era difícil cortar una rebanadita con el peso deseado exacto, lo cortaba con un cincel. Me convenía llevar una sola tira, si llevaba dos me descontaban dos pruebas y dos pérdidas de oro. Cada vez tenía más práctica para cortar tirillas de casi 5 gramos y me sentía con más confianza con Jasna, así se llamaba la señorita que atendía en Mr. Gold.

Había realizado 12 entregas y cuando fui a cobrar esta y realizar la treceava entrega…

— David, ya no vengas; el dueño sospecha de ti—me dijo Jasna. Está pensando en llamar a la policía. Está intrigado sobre el origen de tu oro. ¿De dónde sacará el oro, este campesino? Ha preguntado varias veces

Busqué a Marius un viejo amigo, que tiene casi ochenta años y mantiene gran claridad. Le pedí consejos.

—¿Si encontraras un tesoro, que harías?—pregunté.

—Para cualquier persona es una bendición encontrar un tesoro. Disfrútalo, los riesgos forman parte de la vida—contestó.

Pensé que si Mr. Gold hubiera seguido comprándome 5 gramos cada semana, habría asegurado ingresos por más tiempo del que se puede vivir.

Decidí que podría vender el oro fabricando alhajas, para lo cual necesitaba comprar herramienta y equipo. Necesitaba mudarme a una ciudad que fuera muy grande, para pasar inadvertido y abrir una joyería. Al principio vendería joyas de marca conocidas y después iría vendiendo mis propios productos.

Corté un pedazo grande de oro, aproximadamente medio kilogramo y viajé a la gran ciudad para comprar las herramientas. Salí a las 6 de la tarde, normalmente era un viaje de 4 horas. Arribaría a la gran ciudad a las 10 de la noche.

Pero a las ocho de la noche, empezó a caer una lluvia de proyectiles que explotaban por todas partes, iluminando el cielo y destruyendo la carretera y los vehículos.

El chofer condujo el autobús fuera de la carretera, lo detuvo y gritó: huyan, corran, aléjense de la carretera.

El bombardeo duró hasta las cinco de la mañana, caminamos de regreso dos días. Cuando llegamos todo el pueblo estaba destruido, había tanques y soldados por todas partes.

Intenté ir a mi parcela, pero estaba prohibido ir a los campos de cultivo. Solo nos permitían viajar al sur, a la costa. Debíamos abandonar el país por barco, porque ésta Nación, donde nacimos, ya no era nuestra. Se apropiaron de las casas, negocios, parcelas…de todo. Fuimos expulsados, desterrados por nuestro origen étnico.

Actualmente vivo en México, en la costa de Chiapas, el Soconusco, rodeado de selva exuberante, con grandes tormentas, y gente apasionada. Aquí recuerdo el consejo de mi amigo Marius: “es una bendición encontrar un tesoro. Disfrútalo, los riesgos forman parte de la vida”.

No fue mejor aquella vida, fue aterrador el final. Pero pienso mucho en esa etapa. Me duele aceptar la idea de que ya no existe mi patria natal, la que conocí completa, no en pedazos (komada).

Derechos de autor

David Gómez Salas

México

lunes, 10 de octubre de 2011

Percepción. Autor David Gómez Salas

Eran casi las dos de la mañana cuando llevé en mi auto a mi amigo Juan Manuel, al edificio donde estaba su oficina. En cuanto entró al edificio, arranqué el auto y tomé el celular para avisarle a mi esposa que ya iba a casa.

Veinte Metros más adelante me detuve ante un semáforo en rojo, intempestivamente se abrió la puerta delantera del lado derecho y entró al auto un hombre armado.

—¡Te vas morir hijo de la chingada, sino obedeces!—Gritó.

—¡Me vas a llevar a donde te diga!—Agregó con otro grito.

Con la mano izquierda me sujetó de los cabellos, sacudiéndome la cabeza de un lado a otro; y con la otra mano, puso una pistola en mi sien derecha.

Por instinto de conservación reaccioné moviendo la cabeza en la misma dirección y sentido de los jalones que me daba el agresor, para aparentar estar más ebrio de lo que estaba. Pensé que así el asaltante me golpearía menos para someterme.

El asaltante parecía sorprendido al ver que podía sacudirme la cabeza con mucha facilidad. Sentí que me observaba para descubrir si realmente venía muy ebrio o estaba fingiendo.

Me mantuve en silencio y con la mirada al frente, para que el asaltante tuviera la seguridad de que él tenía la situación controlada por completo. Necesitaba que se sintiera dominador y dejara de golpearme.

—Te llevaré a donde quieras, dime a donde quieres ir—Le dije. Sin dirigirle la mirada.

El delincuente se acomodó en el asiento, se enderezó y levantó el pecho. Se veía más alto. Mantuvo la pistola apuntándome, pegada a mi cabeza.

—Vete por toda la Avenida Xola—Ordenó. Y agregó: al llegar a la Calzada de Tlalpan, te vas a la derecha hasta llegar a la Estación del Metro General Anaya, por ahí te diré más.

Contaba, más o menos, con cinco kilómetros para salir del problema, siempre y cuando fuera cierto lo que había dicho. Podía suceder que me quitara el auto antes de recorrer esa distancia, pero por la forma directa y concisa en que lo expresó, parecía haber dicho la verdad.

Primero consideré estrellar el auto contra un poste o una casa. Pero no parecía ser una solución, pues el maleante podría pegarme un tiro y huir, sin que alguien lo viera. No habría testigos, porque no había peatones y pasaban muy pocos autos.

Lo mejor era chocar contra otro automóvil, para que quedaran testigos de mi muerte. Y con muchísima suerte, quizás hasta tendría la oportunidad de salir del auto, después del impacto, y correr.

Deseaba complicarle la situación al asaltante, al llegar a la Calzada de Tlalpan, porque ahí circulan más carros que en la Avenida Xola.

—Vas a ir despacio por el carril de la derecha—Me ordenó, el maldito.

Por ese carril de baja velocidad, no era posible alcanzar a otro automóvil. Tampoco podía girar el auto a la izquierda para chocar con otro que pasara a alta velocidad, porque el impacto sería de mi lado. Debía chocar el auto por el costado derecho, de su lado. En último caso de frente.

Seguimos por el carril de baja velocidad y no tuve la suerte de encontrar un automóvil que circulara más lento, para embestirlo.

Al llegar a la esquina de Avenida Xola con Calzada de Tlalpan, sus insultos y golpes arreciaron. Creí que el tipo me iba a ordenar tomar una de las calles de esa zona, para quitarme el auto y darme un tiro. Es una zona casi sin alumbrado público, muy oscura.

Pensé que debía haberme arriesgado antes, porque quizás ya se estaba terminando mi tiempo.

Afortunadamente el delincuente no me ordenó ir por esas calles negras. Tomamos la Calzada de Tlalpan; siguiendo la ruta que él había dicho. Aquí los golpes se hicieron menos frecuentes e ignoré siempre sus insultos.

Pensaba infinidad de cosas, ya que además de cavilar sobre como librarme del asaltante, me lamentaba por haber tomado varios tragos y no estar en plenitud para reaccionar lo mejor posible. También lamentaba no haber puesto el seguro a la puerta, cuando mi amigo bajó del auto.

Pensaba en mi esposa y en mis hijas. Recordaba que cuando regresaba muy noche a casa, le decía a mi mujer que sabía cuidarme para que no se preocupara. Y ahora, si salía vivo, con que cara podría verla, sin recordar mi presunción. También le decía: “no te preocupes, la mala hierba nunca muere” y otras tonterías.

Seguimos por la Calzada de Tlalpan hacia el sur, por el carril de baja velocidad. Dos o tres autos me rebasaron por la izquierda, pero por el carril de máxima velocidad. La Calzada de Tlalpan tiene cuatro carriles en cada dirección. Pasaban muy separado de mí y a gran velocidad, fácilmente me matarían al atravesarme en su camino.

Después de un largo recorrido encontré una patrulla estacionada, justo una cuadra antes de llegar a la Estación del Metro General Anaya. Avancé para impactarla, era mi única oportunidad, aunque fuera la policía.

El asaltante me había dicho que por ahí daríamos vuelta a la derecha y yo recordaba que esas calles están siempre vacías después de las once de la noche. A esa hora con más razón.

Imaginaba que nos estacionaríamos en una calle oscura, que me obligaría a bajarme del auto, me pegaría un balazo y se llevaría el carro. Me figuraba que los vecinos encenderían las luces de sus casas, llamarían a la policía y bajaría hasta que estuvieran seguros de que ya no había peligro.

Estaba obligado a jugarme la vida en esa oportunidad. Estrellarme contra la patrulla. Pero…

—¡Si das claxonazo, te vas!—dijo, el maleante. Apretó la pistola contra mi cabeza y escuche un “click”, que interpreté había preparado la pistola para disparar.

Decidí no chocar contra la patrulla, se podría disparar la pistola al momento de la colisión. No sé porque pero frené con suavidad y detuve el auto justo al lado izquierdo de la patrulla, y sin hacer movimientos bruscos toque el claxon lo más breve posible.

Él malhechor tenía que decidir si disparaba o no, frente a la policía.

El tipo no disparó, bajó el arma y la escondió bajo su chamarra, dando la espalda a la patrulla se bajó del automóvil con agilidad y sin perder el estilo. Cerró la puerta sin golpearla y se paró frente a la ventanilla dando de nuevo la espalda a la patrulla.

El delincuente obstruía con su cuerpo la ventanilla, así que me incliné lentamente sobre el volante para poder ver la patrulla. Había dos policías.

El malhechor simuló ser un amigo al que yo le había dado un aventón a ese punto. Levantó la mano derecha para decirme adiós en forma breve, pasó por atrás de la patrulla, se subió a la banqueta y se fue caminado con tranquilidad. No supe más, me fui a casa.

El delincuente no me quitó la cartera, ni el auto, ni me llevó a un cajero automático, ni me causo heridas graves. Salí con vida.

Nada dije a los policías de la patrulla, ni siquiera intenté ver su rostro de nuevo, no confío en ellos. Desde estudiante me provocan mucho temor.

Me dijo un amigo extraterrestre: Yo no lo hubiese dejado ir así: "caminando con tranquilidad" sobretodo ya libre del cañón de esa pistola y teniendo a mano toda esa patrulla policial.

Y contesté: Me da gusto que tu percepción sea diferente a la mía. Pienso que por aquí, son peores los de uniforme…

viernes, 8 de julio de 2011

Tiro de gracia. Autor David Gómez Salas

Tiro de gracia. Autor David Gómez Salas

Una noche arribó un automóvil rojo al terreno que colinda con mi huerto. Entró por una parcela abandonada sin cerca al frente, el acceso estaba libre. El automóvil avanzó hacia donde me encontraba y se estacionó en el límite con mi terreno, muy cerca de mí.

Descendió del automóvil, una pareja de enamorados que se abrazaban y besaban. Con rapidez pusieron sobre el suelo una colcha y empezaron hacer el amor frente a mí.

Me retiraba silenciosamente del lugar, cuando el hombre gritó: ¡Quien anda ahí!

—Estoy en mi huerto—Contesté. Seguí caminando para alejarme del lugar y escuché disparos y sentí al mismo tiempo un balazo en mi brazo izquierdo. Corrí al río, es un cauce seco con algunos árboles de mezquite y maleza que crece en el desierto.

Corrí sin detenerme a lo largo del cauce hasta llegar a su cruce con la carretera. Antes de subir a la carretera, revisé mi brazo y me dí cuenta que mi herida era solo un rozón. Sin embargo supuse que por la sangre sería difícil que alguien se atreviera ayudarme y llevarme en su automóvil. Así que decidí seguir caminando por el cauce hasta llegar a las vías del tren y caminé a la ciudad por esa ruta. Era más segura, por ahí mi agresor no podría seguirme en automóvil, no hay forma.

Llegué a casa después de la medianoche, todos dormían. Me bañé y lavé mi herida con detergente, después le puse mercurocromo. Con gasa, presioné ligeramente la herida con mi mano derecha hasta que dejó de sangrar y la herida quedó seca externamente. Coloqué gasa limpia sobre la herida y la fijé con tela adhesiva. Me acosté del lado derecho con el brazo izquierdo arriba y sin moverme.

Al día siguiente, al mediodía, pasé en automóvil frente a mi huerto para observar si había alguien vigilando. Me di cuenta que 50 metros adelante, estaba un carro color gris plata estacionado del otro lado del camino, en sentido contrario al mío. No me detuve, seguí hasta el final del camino, es un tramo cerrado que comunica a varios terrenos con una carretera. Cuando llegué al final del camino di vuelta en “U “. Pasé de nuevo frente al auto estacionado y me di cuenta que en su interior, había una mujer.

El mismo día, a las 5 de la tarde di otra vuelta. Permanecía el carro estacionado con una mujer en su interior. Parecía ser una mujer distinta a la que había visto en la mañana. No estaba seguro, porque al pasar frente al carro, no volteaba descaradamente a verlo, simulaba llevar la vista al frente y voltear brevemente como con cualquier auto.

Pasaron 15 días en que no pude regar mis árboles y el sol los estaba matando. Son árboles jóvenes con raíces aún poco profundas. Así que al dieciseisavo fui al huerto a regar. Para que el agua se infiltre a través del suelo debo regar de tarde noche. De día el agua se evapora muy rápido y no se aprovecha. Mi terreno es arcilloso, sin arena, poco poroso.

Al llegar al huerto, de inmediato vi que estaba el carro gris plateado en el sitio de siempre, lo ignoré. Me estacioné frente al portón, lo abrí, metí mi auto, cerré el portón y me dirigí a mi auto para ir al fondo del terreno. Pero en ese momento el carro gris plata ya estaba frente a mi terreno y como la cerca es de malla ciclónica, la mujer que bajó del auto y yo, podíamos vernos. No podía fingir que no la había visto.

—¡Señor, señor!—Gritó.

Me aproximé a ella, para escucharla. Era una mujer muy joven, delgada, morena, rostro delicado, ojos negros grandes, cejas pobladas y nariz pequeña. Cabello lacio sujetado hacia atrás.

—Necesitamos platicar—Me dijo. No tenga miedo, no le vamos hacer nada. Usted no rajó, no fue a la policía. Mi novio y yo, queremos darle un regalo de agradecimiento.

—Nada hay que agradecer—Le dije.

—Solo queremos platicar, no tenga miedo—Insistió. Suba a mi carro lo llevaré. Usted es un hombre fuerte, yo soy solo una mujer de 18 años ¿Me tiene miedo?

—Necesito darle agua a las plantas, se están secando—Contesté. No me deben nada, me urge regar.

—Espere, voy a llamar por teléfono, a ver que me dicen—Contestó.

Se retiró un poco e hizo la llamada atrás de su coche. Solo habló un minuto y regresó al portón y dijo: Está bien, póngase a regar, pero estamos entrados, rechazó mi invitación.

Caminó a su auto y dijo: espere, quiero enseñarle algo. Llegó al auto, abrió la cajuela y sacó una metralleta. ¿Ve este juguete? Si lo quisiera chingar, lo hubiera chingado, aunque se echara a correr.

Guardó el arma en la cajuela, subió al auto, dio marcha al motor y volteó a verme por la ventanilla. Sonrió y me dijo: nos veremos pronto y la próxima vez no me digas no. Se fue.

Ese día, terminé de regar como a las once de la noche. He aprendido a disfrutar el cielo estrellado del semidesierto, y he aprendido a amar la nobleza de su escasa vegetación. Me gusta estar a oscuras y mis ojos se acostumbran a ver con la tenue luz de la luna, aún cuando no haya luna llena. Así que decidí que a partir de ese día iría a mi huerto solo de noche. Me sentía más seguro, pero no perdía el miedo de que llegaran a visitarme.

Pasaron más de tres meses y cuando ya sentía que no los volvería a ver, apareció la mujer. Arribó a las 9 de la noche, se estacionó fuera de mi huerto. Nos vimos de inmediato, yo estaba abriendo una válvula que se encuentra cerca del camino. Bajó de su auto y me dijo: Buenas noches, mi buen.

—Buenas noches—Contesté. Tenía miedo, aunque ella tuviera 18 años y se viera sin maldad.

—Ábreme quiero platicar contigo—Dijo. No tengas miedo, no te voy hacer nada ¿Estás armado, güey?

—No—contesté. Y abrí el portón.

Pasó al huerto y me dijo: Mataron a mi novio, a mis papás, a mis carnales y a mis amigos. Al final solo quedamos vivos tres y éramos un chingo. Los tres que quedamos vivos, nos despedimos y cada quien jaló por su cuenta, sin saber de los otros, para que en caso que lo agarren, vuele solo.

Vine porque tú eres uno de lo pocos que no me eché ¿Me entiendes?

Me respetaban por mis ovarios bien puestos ¿Me entiendes?

Nunca me temblaron las manos, ni las piernas, ni nada ¿Me entiendes?

Así que pensé, me voy a echar aquel pinche campesino y vine.

Pero ya te dije que no te voy hacer nada y siempre cumplo mi palabra.

Déjame ver tu brazo. No te pasó nada y te disparó muy cerca por la espalda. A esa pinche distancia, yo te hubiera dado en la cabeza, la espalda, donde quisiera. Pero “El Culi” falló. Así le decían mi novio porque él a todos les decía culeros.

Pienso que a partir de esa noche empezó su racha de mala suerte. Por dejarte vivo. Los muertos nunca dan problemas, ni traen mala suerte. Perdí la cuenta de los he matado sin problemas. Pensé que debía darte cuello para terminar mi raja de mala suerte y vengar a “El Culi”.

Mientras yo regaba, ella caminaba a mi lado y a través de ella, habló el diablo. Platicó, casi sin interrupción, cerca de dos horas. Después me dijo: “El Culi” ya está muerto, como mis papás. Así que si voy a cumplirle a un muerto, que sea a mi mamá y no al güey del Culi.

Sacó debajo de la chamarra una pistola, la puso en mi cabeza y me dijo: si quieres vivir acuéstate en el suelo y repite lo yo diga.

—Doña Marisol, perdone a su hija, así como ella me perdonó—Dijo.

—Doña Marisol, perdone a su hija, así como ella me perdonó—Repetí.

—Ya la hiciste, pinche campesino—Dijo. Puso la pistola en mi nariz, desabotonó su blusa y, con una leve sonrisa, me preguntó:

¿Te gusta mi cuerpo, güey?

—Si

¿Has estado con una hembra como yo?

—No

Pues te la vas a perder, dijo. Guardó su pistola y se fue.

viernes, 27 de mayo de 2011

Amnesia. Autor David Gómez Salas

Amnesia

Autor David Gómez Salas

Señorita no recuerdo quien soy. No recuerdo mi nombre, ni edad, ni siquiera sé donde vivo. Estoy diciendo la verdad, estoy perdido.

—No vivo en esta ciudad, no lo puedo ayudar. Pregunte a una persona, que sea de este lugar.

Señora no recuerdo quien soy. No recuerdo mi nombre, ni edad, ni siquiera sé donde vivo. Estoy diciendo la verdad, estoy perdido.

—Sé donde vives primor, irás a casa conmigo. Te he estado buscando ¡Por fin encontré a mi marido!

No se ofenda señora la veo muy grandecita. Y calculando edades, podría ser mi abuelita.

—Vamos a casa mi rey, allá te bañaré. Y para curar tu amnesia, mi cuerpo, te entregaré.

En su casa, con prisa, me quitó la camisa. Estaba desesperado, me sentía atrapado.

—Para bañarte, dijo: te voy a desnudar. Y para no mojar mi ropa, también me la voy a quitar.

Se me ocurrió hacerle cosquillas en sus peludas axilas y también en las costillas.

Tanta risa le dio, que la vieja se orinó. Y para que me detuviera, dejarme ir prometió.

Fuera de su casa, grité: ¡Ya sé quien soy! ¡Adiós doctora, ya todo lo recordé!

martes, 7 de septiembre de 2010

La serpiente. Autor David Gómez Salas

La serpiente
Autor David Gómez Salas

Al abrir los ojos, lo primero que vi frente a mi, fue una serpiente con la cabeza levantada del suelo. Me había quedado dormido en mi huerto, sentado en una silla, a un lado de las plantas de tomate. Desperté oportunamente, apenas tuve tiempo de aventarme para atrás, de espalda, para esquivar la mordida de la serpiente. La víbora solo alcanzó morder una pata de la silla derribada.

Me incorporé de inmediato y corrí a buscar el azadón o algo para matarla, nada había cerca. Guardaba las herramientas en una bodega ubicada a 30 metros de distancia. Cuando regresé con el azadón la víbora ya no estaba.

Antes ya me había encontrado con esa serpiente varias veces. Una vez me siguió a distancia dentro del invernadero. Otra vez la encontré bajo un árbol de aguacate, cuando estaba desyerbando. En fin la vi varias veces. Un día encontré en la arena, su vieja piel, la cambió en la orilla del invernadero.

No la mates, me dijo Francisco, cuando le conté sobre esos encuentros. Quizás sea un Alicante, no atacan al humano; se alimentan de roedores. Es probable que se haya sentido atacada por tus movimientos bruscos, y por eso te atacó. Yo no las mato en mi rancho, nunca me han atacado.

Otro día caminaba de la bodega al pozo, esta vez con el azadón en la mano y me encuentro otra vez una serpiente de casi dos metros de largo. Seguí mi camino al pozo, pensé que no debía de matarla, que era inofensiva. Pero por curiosidad regresé a observarla.

Hace muchos años un herpetólogo me había comentado que las víboras son serpientes con colmillos largos y puntiagudos, que en ocasiones los enseñan para asustar al posible atacante. Las serpientes con cabeza triangular son venenosas, me dijo.

Bueno, me acerqué a la serpiente y me detuve a tres metros de distancia, ella me observó levantó la parte superior de su cuerpo, con la cabeza en alto, a 30 centímetros de altura, me miraba fijamente sacando varias veces su lengua con dos puntas.

Por miedo, decidí matarla, pero la serpiente había preparado la parte posterior de su cuerpo para atacar. Así que debía acercarme con cuidado y estar alerta para esquivar su mordida, en caso que ella atacara primero. Total, con un azadón que mide un metro de largo, me dispuse a matarla.

Me aproximé a la víbora y levanté el azadón alto, abaniqué de derecha a izquierda, la serpiente eludió el golpe con un movimiento hacia atrás; inmediatamente regresé el golpe ahora de izquierda a derecha, y lo eludió de la misma forma. Resbalé porque el suelo estaba mojado y caí al piso, a menos de un metro de ella.

Con toda la adrenalina en mi cuerpo, me incorporé de inmediato, pensando que la tendría encima. Sin embargo, la serpiente huyó y todavía alcancé a lanzarle el azadón y pegarle en la cola. La serpiente furiosa mordió en palo del azadón y se fue rumbo al río.
A partir de ese día presentí que esa serpiente tarde o temprano me mataría. Era su territorio antes de que yo llegara a cultivarlo.
Imagino que por eso, posteriormente la víbora me había atacado aquella tarde que me quedé dormido junto al tomate.
Por fin otra tarde decidí buscar a la serpiente y terminar con su amenaza. Mi amigo el biólogo Rubén, me había platicado cuando caminábamos en la montaña del Ajusco, que a las serpientes les gustaba esconderse entre la hierba alta y seca. La busqué alrededor de un transformador y unas bombas de riego, donde se me dificulta podar y en época de lluvias crece un tipo de pasto largo, como enredadera. Veo que ahí se guardan arañas y ratas. Estas últimas alimento de las serpientes.
Me puse guantes y botines, y comencé a arrancar el pasto a jalones. No hay espacio para cortarlo con machete o con la desbrozadora de hilo. Además hay tubos de PVC y cables conductores de energía eléctrica que no deben dañarse. Así que con las manos quite los montones de pasto con fuerza y cortando cuidadosamente el pasto con una navaja, cuando no se arrancaba con los jalones. Poco a poco empecé a ver el fondo.
Cuando encontré dos arañas venenosas llamadas capulinas (son arañas negras, que tienen en la panza la figura de un reloj de arena, color rojo naranja), supe que era probable que ahí estuviera la serpiente, porque las alimañas se juntan. Es una ley de la naturaleza.
Y ahí estaba, escuché su cascabel (srsrsr, srsrsr) advirtiéndome que me alejara. No esperé nada, de inmediato, antes que se desenrollara la golpeé muchas veces en la cabeza con la punta de un palo, ya moribunda la llevé a golpes a un área más amplia y ahí la golpeé con una pala.
Esa tarde noche del miércoles dejé la víbora muerta en mi terreno y me fui a casa. El viernes en la mañana cuando regresé al huerto, la peste era insoportable, le eché cal y el sol hizo el resto. Bendito sol deshidratador.

miércoles, 30 de junio de 2010

Como perros y gatos. Autor David Gómez Salas

Una noche, en el basurero
Maulló un gato timorato
Y un perro callejero,
le ladró de inmediato

Varios curiosos se juntaron
Al gato y perro, rodearon
Comentaron, van a pelear
Pero gato y perro, jugaron

Miau, guau, miau, guau
Alegres convivieron
Carreras, saltos y juegos,
los amigos compartieron

Desde entonces, en mi barrio
Que bravo y violento, era
Hay menos narices rotas
Y menos tontas peleas

martes, 22 de junio de 2010

La piedra de Huixtla. Autor David Gómez Salas


¿Qué vamos hacer?, me preguntó Eva

No sé, contesté el día que habíamos encontrado tres cofres llenos con piezas de oro. Cada pieza era una maravilla y todas eran diferentes. Eran de oro puro proveniente de Perú.

Era el oro que tres años antes el cacique Comagre.de Panamá, había entregado a trescientos aventureros españoles que mantenían aterrorizada a la población. Les ofreció aquella fortuna a cambio de que abandonarán sus territorios y no se robarán ninguna mujer. Los aventureros aceptaron aquel trato y huyeron rumbo al norte.

Aproximadamente un año después los aventureros españoles arribaron a nuestro territorio, un hermoso sitio que hoy se llama Huixtla. Aquí establecieron su nueva residencia.

Los aventureros españoles eran despiadados y fieros para el combate, por eso los indios huimos a los pantanos, les dejamos las mejores tierras, los ríos más limpios, lo mejor. Pero no se conformaron, vinieron también a la costa, querían todo.

Después de dos largos años, por fin nos organizamos para hacerles frente, cuando ya teníamos preparadas las trampas en todo el pantano y aguardábamos sus ataques; estos, no sucedieron.

Ya quedan pocos, nos dijeron los exploradores a su regreso. Los que quedan vivos están débiles, amarillos y huesudos. Se están muriendo solos.

Los dioses los trajeron, los dioses se los llevaron. Las enfermedades, las plantas malas, los moscos, arañas, serpientes, gatos salvajes y todos los seres vivos de la selva y pantanos, los derrotaron.

La tierra hizo lo que no hicimos nosotros, así que dimos el oro a la tierra. Cargamos el oro hasta el pantano y ahí lo enterramos.

En la parte alta del cerro grande hicimos una pila enorme de piedras en honor de los dioses, en donde quemamos los cuerpos de los malvados con el fuego divino. El calor fundió las piedras, formando una sola, de 120 metros de alto y 600 metros de lado a lado en la parte baja.

jueves, 27 de mayo de 2010

Incomunicados. Autor David Gómez Salas

Recorrí por carretera la ruta Aguascalientes-Calvillo-Jalpa-Tlaltenango, con la idea de visitar el poblado denominado Bolaños; el cual se localiza al sur poniente de Tlaltenango, a una distancia de 25 kilómetros, medida en línea recta.

El último tramo, de Jalpa a Tlaltenango, tiene una longitud de 60 kilómetros a través de bellas montañas, con encinos, madroños y pinos; la parte mas alta de este recorrido se alcanza aproximadamente a la mitad, es decir a 30 kilómetros de Jalpa y de Tlaltenango. Por esta razón siempre existe la posibilidad de ver desde arriba, las montañas más bajas y los extensos valles. Recorrer esta carretera equivale a estar en el cine y ver una película con paisajes maravillosos y aire limpio.

Tlaltenango es un poblado de aproximadamente 40,000 habitantes, no es grande a pesar de ser un poblado antiguo según se observa en la arquitectura colonial de sus iglesias. Cuenta con varios negocios a través de los cuales la población recibe los envíos de dinero, que hacen sus familiares que viven en los Estados Unidos.

Los habitantes de Tlaltenango son amables con los visitantes. Si un visitante solicita informes, tienen el don de acompañar sus respuestas con una sonrisa; y dar informes precisos. Deseo que los familiares de los Tlaltenanguenses, que viven en los Estados Unidos, reciban un trato similar.

Me informaron que debido a las lluvias el camino no pavimentado de Tlaltenango a Bolaños, está en muy malas condiciones, así que no era conveniente seguir el recorrido. Si este camino estuviera pavimentado, y si existiera una carretera de Bolaños a Huajimic (45 kilómetros), entonces se podría viajar de Aguascalientes a Tepic por esta ruta; y se beneficiaría toda la zona centro-norte de la República, principalmente los Estados de Nayarit, Jalisco, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Guanajuato y Querétaro.

La zona de Tlaltenango a Huajimic, no es una zona desértica, cuenta con agua y suelo fértil; sin embargo está olvidada por los Gobiernos de los Estados de Nayarit y Jalisco, y por el Gobierno Federal. Considerando una distancia de norte a sur de 100 Km y una distancia de oriente a poniente de 80 Km; en esta superficie de aproximadamente 8,000 kilómetros cuadrados, no existen carreteras pavimentadas.

Estimado un lector, espero tenga la oportunidad de consultar un mapa con información de las carreteras de la Republica Mexicana y observar esta región que se localiza entre las coordenadas de 21 grados a 22.5 grados altitud norte; y de 103.5 grados a 104.5 grados latitud poniente. Es una de las zonas más incomunicada del país.

Generalmente los gobiernos estatales se preocupan solamente en comunicar la capital de su Estado con las principales cabeceras municipales, pero la comunicación entre localidades que pertenecen a distintos Estados no es atendida adecuadamente, porque no contemplan una visión regional. En estas situaciones se requiere la intervención del Gobierno Federal, quien tiene la obligación de procurar el desarrollo equilibrado de todo el país.

Me comentaba un amigo que fue maestro de la Facultad de Química de la UNAM, que su padre impulsó la idea de construir una carretera de Aguascalientes a San Blas, y que él está convencido de los beneficios socioeconómicos que representa esta carretera para la región y el país. Varios catedráticos y políticos de Aguascalientes también opinan de esta forma; sin embargo, sienten que es una idea vieja que ha sido archivada. Siempre hubo argumentos a favor de la construcción de esta carretera, lo malo fue que estos argumentos se utilizaron muchas veces en las campañas políticas, hasta que se perdió la credibilidad.

Por lo anterior varios políticos que vivieron las experiencias de las promesas incumplidas, no se atreven a mencionar el proyecto de la carretera Aguascalientes- Tepic. A pesar que actualmente hay avances que pueden ser aprovechados, como es el tramo de carretera Aguascalientes -Tlaltenango, que puede ser transitada con diferentes niveles de seguridad. De alguna manera ya existe esta valiosa carretera pavimentada, y solo requiere algunas adecuaciones para hacerla más segura. Por ejemplo: proteger las zonas de derrumbes, controlar el cruce de ganado y corregir las curvas más peligrosas.

Justicia por cuenta propia. Autor David Gómez Salas

Una noche, a aproximadamente a las 20.30 horas, caminaba con un amigo por un Centro Comercial, cuando nos llama la atención ver un niño que estaba lastimado y presentaba un chichón ó chipote en la frente y algunas cortadas leves en las manos; el niño era atendido por un policía que labora en el Centro Comercial.

Nos acercamos al niño para intentar ayudar, y preguntamos sí ya habían llamado algún doctor para que atendiera al niño, el policía nos informó que el niño solo sufrió un golpe en la frente y cortadas muy pequeñas en las manos, debido a que intentó salir corriendo por la puerta de una tienda departamental y no se dio cuenta que ya había sido cerrada minutos antes. Las puertas son de vidrio y no tienen letrero alguno para resaltar su presencia, por lo que el niño creyó que la puerta estaba abierta y cruzó el sitio, estrellándose en el vidrio. Afortunadamente el niño no había sufrido cortadas graves y además lo llevarían a la Cruz Roja, que se localiza aproximadamente a 150 metros de distancia.

El niño acudió al Centro Comercial acompañando a un amigo y a los padres de su amigo. No recordaba el teléfono de su casa y no habían podido llamar a sus padres, por lo que decidieron que primero acudirían a la cruz roja y después los padres de su amigo lo llevarían a su casa. Al iniciar su caminata a la Cruz Roja, el niño toma su bicicleta, que estaba fuera de la tienda; cuando un empleado de la tienda departamental decide quitarle la bicicleta para que quede en prenda por el vidrio roto. Pues bajo su punto de vista el niño debía pagar la puerta.

Mi amigo interviene y explica que nadie puede hacerse justicia por sí mismo y por lo tanto no puede quitarle la bicicleta al niño, también explica que ya han tomado los datos del niño para localizarlo cuando deseen, y que en esos momentos lo más importante en llevar al niño ante un médico para que sea revisado. El empleado de la tienda Departamental, no acepta la explicación e insiste en quedarse con la bicicleta, por lo que discuten algunos minutos hasta lograr la devolución de la bicicleta a su dueño (el niño).

Después de observar que el niño finalmente será llevado a atención médica, mi amigo regresa a platicar con el empleado de la tienda departamental y le pregunta porque razón las puertas de vidrio no tienen algún letrero para resaltar su presencia cuando están cerradas, y el empleado contestan que generalmente sí lo tienen, pero ese día habían lavado la puerta y no había letrero.

Este incidente me lleva a la reflexión sobre la tendencia de muchas personas a hacerse justicia por cuenta propia. En el caso aquí relatado, el empleado de la tienda departamental, había juzgado y sentenciado que el niño debía pagar la puerta rota y que su bicicleta debía ser decomisada por él mismo. Simplemente se había constituido en parte acusadora y en juez.

Ignoro como será el desenlace de la historia anterior: 1. Sí los padres del niño pagarán la puerta; 2. Sí la tienda departamental pagará al niño los daños; o 3. Sí cada uno pagará sus gastos del accidente. Imagino que eso lo debe decidir un juez

Recuerdo mis clases de ética, específicamente la cita de Kant que decía: “Obra de tal manera, que desees que el principio que te conduce a actuar de esa manera, se convierta en principio de observancia universal”. Es decir, si una persona puede hacerse justicia por su propia cuenta, todos podríamos hacer lo mismo. Todos podríamos constituirnos en parte acusadora y en juez, así de simple.

En el campo de la ética, destaca la diferencia de conductas entre mi amigo y el empleado de la tienda departamental. El primero estaba preocupado en el bienestar del niño; el segundo estaba preocupado por el pago del vidrio roto.

No se puede saber sí el empleado de la tienda departamental estaba actuando por iniciativa propia o estaba siguiendo reglas establecidas por la tienda departamental que lo contrató. De manera frecuente me quedo con dudas, cuando veo la actuación de aquellos que deciden hacerse justicia por cuenta propia: ¿lo harán porque están acostumbrados a imponer por la fuerza su punto de vista? ¿Desean agradar a sus jefes, cuidando sus intereses económicos en cualquier forma? ¿En situaciones no cotidianas, tienen momentos de confusión y toman decisiones equivocadas? No tengo interés es aclarar este tipo de dudas, pues a nada conduce.

Todos somos diferentes y a todos debemos respetar. Es una reacción espontánea el respetar a quienes estimamos, y nos produce gran satisfacción respetar a quienes piensan o actúan diferente a nosotros, porque nos dan la oportunidad de desarrollar mayor capacidad de amar. No podemos intentar aplicar la justicia por cuenta propia, hay leyes y procedimientos para definir lo que la sociedad en su conjunto considera justo.

Un día antes, el primero de septiembre, había escuchado el Informe Presidencial y reflexionaba sobre el ambiente político de los últimos 16 años y del ambiente político de 1968, en que observo un común denominador: la intolerancia.

Imagine lector al Presidente de la República y sus Secretarios, respetuosos con los líderes de la oposición; e imagine a la oposición respetuosa con el gobierno al hacer sus reclamos y defender sus ideales. Aún más, imagine a nuestros Diputados con más argumentos y mayor respeto al defender sus puntos de vista; imagine a los partidos políticos presentando diferentes proyectos de desarrollo; etc. Imagine sí la tolerancia que pregonan los políticos fuera realidad; Imagine que funcionarios y políticos no actuaran frecuentemente como parte acusadora y jueces de sus adversarios políticos. Imagine que ya no escucháramos sus autoevaluaciones, en donde manifiestan grandes avances, porque son juez y parte.

Ojalá disminuya la tendencia de muchas personas a hacerse justicia por cuenta propia y ojalá nuestras instituciones encargadas de impartir la justicia sean cada día más confiables.

martes, 15 de septiembre de 2009

Cuento de acción Desde el pantano. David Gómez Salas

DESDE EL PANTANO
Autor: David Gómez Salas
La suerte si existe, y muchas cosas pueden pasar solo por estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. Hay circunstancias que no se pueden prever ni evitar, y cambian para siempre el estilo de vida de las personas. Como lo muestra esta historia.

1. El acuerdo


Todo empezó en un restaurante de la Ciudad de México, donde Milton, Jesús y Juan se reunían con frecuencia a platicar sobre deportes, mujeres, política, religión, filosofía, negocios y cualquier tema.
En una de esas reuniones se pusieron de acuerdo para hacer un viaje al sureste de México, y recorrer por carretera la costa de Chiapas. El viaje se hizo en el mes de julio, al terminar el semestre escolar. Eran estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México. Milton estudiaba Ingeniería Mecánica; Jesús, Física; y Juan, Ingeniería Química.
Salieron un sábado a las siete de la mañana, de la gasolinera ubicada en la calle de Acoxpa y Canal de Miramontes en el Distrito Federal. Al partir, Juan manejaba su auto; posteriormente se turnarían el volante para no manejar cansados.
Después de varias horas de viaje llegaron a la ciudad de Oaxaca, en donde se detuvieron a comer mole, el platillo típico de la región.



2. El lugar equivocado


Continuaron el viaje y la primera parada a dormir fue en un pueblo del Estado de Oaxaca, el cual tenía cerca de quince mil habitantes. Llegaron al hotel como a las ocho de la noche, los atendió en la recepción un hombre moreno y delgado que aparentaba cincuenta años de edad. El hotel tenía poco más de veinte habitaciones y cuatro baños comunes.
Aún cuando el hotel era pequeño, contaba con un terreno grande que ocupaba dos tercios de la manzana. El terreno tenía barda a su alrededor, excepto al frente; donde estaba la entrada de autos al lado derecho, el jardín al centro y la salida de autos al lado izquierdo.
A espaldas del jardín se ubicaba el área de estacionamiento; y atrás del estacionamiento, en el fondo del terreno, estaba el hotel y la administración.
Había árboles frutales y plantas de ornato en el jardín y sus alrededores. Por todas partes se disfrutaba la sombra de mangos, chicozapotes y otros árboles Algunos lugares del jardín tenían vegetación muy densa.
Las habitaciones eran pequeñas por lo que tomaron dos cuartos, para estar más cómodos. Uno para Juan y Jesús, y otro para Milton. Al terminar el registro en la recepción del hotel, fueron a sus habitaciones y después de bañarse, salieron a pasear al pueblo.
La ciudad se había desarrollado a lo largo de la carretera, era larga y angosta. Tenía pocas calles pavimentadas, la mayoría eran de piedra y tierra. En el recorrido del hotel a la plaza principal algunos tramos carecían de banquetas; y además en muchas ocasiones las banquetas estaban deterioradas. Era más fácil caminar por la calle, que por las banquetas.
Caminaron cinco o seis cuadras y llegaron al parque principal, a su alrededor se localizaban: el edificio del ayuntamiento municipal, la comandancia de policía, un billar, y otros locales comerciales. En la calle vendían marquesote (un pan con almidón y huevos), tlayudas (tortilla grande de maíz con asiento de manteca de puerco, frijoles, lechuga, carne y salsa), tostadas con frijoles negros y aguacate, plátanos horneados y otros antojitos. La plaza estaba llena de jóvenes y niños. El clima cálido era agradable.
Comieron en un puesto callejero y se quedaron platicando en la plaza, para contemplar las costumbres de los lugareños en ese sitio de reunión y esparcimiento. Regresaron al hotel a las once de la noche y continuaron platicando, parados sobre un camellón del estacionamiento.
El patio del hotel se iluminaba con focos ubicados en el exterior de cada habitación, pero a esa hora ya quedaban pocos encendidos, así que la iluminación era tenue. El cielo estaba nublado y el patio oscuro, por los árboles de abundante follaje
Minutos mas tarde, entraron al estacionamiento cuatro automóviles, de donde bajaron varios huéspedes, en total siete hombres y cuatro mujeres. Aparentemente todos estaban borrachos, pues hablaban en voz alta y reían ruidosamente.
Ocuparon habitaciones en la planta alta y en la planta baja, dejaron las puertas abiertas para seguir tomando afuera de sus habitaciones; lo hicieron en la banqueta, a un lado del estacionamiento.
Los estudiantes continuaron platicando en el estacionamiento. Milton comentó que una de las mujeres de aquel grupo, tenía un vestido blanco que parecía vestido de novia. Minutos más tarde, Jesús y Juan fueron a sus habitaciones, Milton permaneció más tiempo en el jardín.
Juan escuchó desde su habitación un diálogo entre una mujer y un hombre.
— ¿Estas molesta?—preguntó un hombre.
— No, me siento mareada, rara, veo imágenes con mucho color—contestó la mujer.
— ¿Cuál es el problema?—interrogó el hombre.
— Veo la luz muy brillante y me molesta aún con los ojos cerrados, la luz atraviesa mis párpados—dijo ella.
— Te sentirás mejor al rato—afirmó el hombre.
— Me siento sin sueño, y al mismo tiempo no tengo ganas de caminar, ni de comer, no tengo ganas de hacer nada—explicó la voz femenina.
Afuera de las habitaciones continuaban las risas y voces del grupo. En todo el patio solo quedaron encendidos seis focos, tres en la planta alta y tres en la planta baja.
Milton se mantuvo lejos del grupo de personas que se divertía en el estacionamiento y caminó hacia el centro del jardín, se recostó sobre una roca grande y limpia, para admirar el cielo y reflexionar. Casi no dirigía la mirada al grupo de personas que se divertía en el estacionamiento, estaba entregado totalmente a la meditación.
En el hotel, la mujer joven con vestido blanco entraba con frecuencia a diferentes cuartos, las otras mujeres eran mas tranquilas y permanecían sentadas en la banqueta.
Los hombres seguían en movimiento continuo, bajaban y subían las escaleras, entraban y salían de las habitaciones, iban a los autos y al baño; y cuando participaban en una conversación la abandonaban rápidamente.
Como a las doce de la noche empezaron a discutir, quien parecía ser el jefe recriminó primero a un compañero y después a todos los demás. Era un hombre alto, moreno, robusto, cachetón y con bigotes.
Al principio las mujeres se mantenían calladas en la banqueta, después no quedaba ninguna en ese sitio, aparentemente se metieron a las habitaciones.
Los hombres ya no estaban alegres y caminaban cada vez más aprisa, en todas las direcciones. El jefe empezó a coordinarlos, primero les ordenó ir a los carros a sacar armas y otras cosas; después envió a dos hombres al fondo, a las esquinas para que vigilaran los límites del terreno de atrás y los lados. Estableció dos puestos fijos de vigilancia.
Desde el centro del estacionamiento, organizó a los cuatro hombres restantes en una brigada móvil que revisaba todas las instalaciones del hotel. Daba órdenes con pocas palabras en voz baja, y hacía muchos ademanes para dar precisión a sus instrucciones.
Dos de los cuatro hombres de la brigada móvil, ubicaron sus automóviles al fondo de cada camino lateral con los faros encendidos hacia el frente, de esta forma iluminaron los caminos de entrada y salida de autos. Después regresaron a reunirse con sus compañeros.
Los límites laterales del terreno estaban iluminados, pero permanecía oscuro el jardín y parte del estacionamiento. La brigada móvil formó una línea a lo ancho del terreno, dejando entre ellos una distancia aproximada de diez metros, era una línea para revisar a detalle el jardín.
Milton, por instinto de conservación, se levantó de la piedra y corrió agachado entre los árboles.
Los hombres armados empezaron a caminar hacia el frente del terreno. Primero avanzaron por el estacionamiento y después siguieron con el jardín, donde estaba Milton.
Revisaron palmo a palmo el terreno y con lámparas de mano iluminaron a su alrededor. Al avanzar no quedaba un punto sin examinar. Esculcaron, revisaron para buscar algo oculto, los arbustos y arriba de los árboles. Cuando llegaron a la calle, caminaron de regreso para recorrer de nuevo el jardín y el estacionamiento.
Posteriormente, dos hombres subieron a los autos restantes, y recorrieron el terreno con las luces encendidas. Los dos vigilantes del fondo observaban los límites del terreno, mientras otros dos revisaban desde los carros, y dos mas lo hacían a pie.
La búsqueda se volvió caótica, hasta que el jefe ordenó que se colocara un vigilante en cada esquina del terreno. Cuando corroboró que ya estaban los cuatro vigilantes en sus sitios, abordó un auto con dos hombres y salió del hotel. El domingo, como a las siete de la mañana, Jesús y Juan fueron a la habitación de Milton. Tocaron la puerta y Jesús dijo en voz alta que estarían en el estacionamiento. Milton no contestó.
Después de transcurrir diez minutos, fueron otra vez a la habitación de Milton, tocaron la puerta y tampoco hubo respuesta.
Jesús dijo que probablemente Milton había salido a correr. Fueron a la administración del hotel y Jesús preguntó al encargado, si había visto a su compañero de la habitación 105. El encargado contestó que no.
Juan preguntó al encargado en donde había una cancha de básquetbol cercana al hotel y le informaron que a la orilla de la carretera, después del parque.
Caminaron a la cancha y al llegar observaron que estaba en mal estado, ni siquiera tenían aros los tableros. La cancha estaba sucia con polvo, piedras y algunos vidrios de botellas rotas, era evidente que no se usaba desde hace tiempo.
Se quedaron en la cancha más tiempo, porque era probable que Milton los buscara en ese sitio. Así sucedió, después de una larga espera Milton llegó a la cancha y se acercó a ellos sin mostrar preocupación alguna.
Cuando estuvo con ellos les dijo que imaginó se les ocurriría buscarlo ahí; y enseguida advirtió que debían salir del pueblo pronto, porque anoche lo habían perseguido las personas que estaban en el estacionamiento. Comenzó a relatar lo ocurrido.
Estaba en el jardín pensando y noté que terminaron las risas, volteé y observé que había terminado la reunión, solo quedaban hombres revisando el hotel que se disponían a revisar todo el terreno. Alcancé a ver cuando sacaron armas de los carros.
Corrí agachado por entre los árboles hasta llegar al frente del hotel, crucé la calle y salté a una casa. Esperé escondido dos horas para regresar al hotel, pero lo mantenían vigilado.
Registraron todo el hotel y especialmente el jardín, el cual iluminaban con lámparas de mano y con los faros de sus carros.
Permanecí en la cochera de esa casa, junto a la calle. No podía ir más al fondo pues corría el riesgo que los dueños me vieran. Estuve quieto en cuclillas hasta que se me cansaron las piernas, así que decidí buscar una salida por la parte de atrás.
Me di cuenta que estaba desocupada, por lo que con confianza fui al patio del fondo, subí la barda y salté al lote de atrás que es un baldío. De ahí salí a la calle y fui a la carretera. Nunca corrí para no llamar la atención, no fuera a ladrar algún perro.
Crucé la carretera y me metí a un terreno sembrado con árboles de mango. Subí a un árbol con muchas hojas, para esconderme y esperar que amaneciera. Sin embargo, cinco minutos después observé a la mujer del vestido blanco cruzar la carretera y correr directamente a mi escondite.
La muchacha nerviosa dijo que me vio en el hotel antes de escapar, y que después desde donde estaba escondida, me vio de nuevo cuando crucé la carretera. Se llama Marisol y quiere que la ayudemos a escapar, se quedó escondida en el huerto de mangos, esperando que pasemos por ella.
Primero pensé que esos tipos habían hecho algo malo cuando estaban tomando, y creían que yo era testigo. Pero ahora imagino que ellos piensan que la ayudé a escapar del hotel. Ellos me vieron cuando estuve en el jardín.
— ¿Por qué escapó?—preguntó Jesús.
— La invitaron a una fiesta con engaños y querían abusar de ella. No es de este pueblo y no tiene familiares aquí—contestó.
Los tres caminaron al hotel, al llegar a la administración observaron que ahí estaba el jefe platicando con el encargado, quien al ver a los tres jóvenes, les preguntó: ¿fueron a jugar básquet?
No tienen aros los tableros, respondió Juan sin detenerse. Caminaron con naturalidad a sus habitaciones simulando no tener prisa. Dejaron las habitaciones después de darse un baño para no despertar sospechas, era ilógico hacer ejercicio y no bañarse.
Llevaron sus maletas al carro y pasaron a la administración únicamente a entregar las llaves, pues el hotel ya lo habían pagado al entrar.
Ahí seguía el jefe con la intención de averiguar sí los jóvenes sabían algo de lo ocurrido anoche. Observaba si estaban nerviosos y les preguntó como les había parecido el pueblo. Jesús sonrió y aclaró que solo habían conocido el hotel y el parque.
Bueno ¿les gustó lo que vieron?, preguntó con firmeza el jefe. Al escuchar el tono autoritario, Milton contestó con una indirecta: noté que las personas son amables, eso me gustó mucho.


3. Inicia la persecución

Después de entregar las llaves, Juan dio las gracias y se despidió. El jefe lanzó la última pregunta: ¿A Que ciudad se dirigen?
A Tuxtla, contestó Juan mientras salían de la administración. Caminaron al automóvil sin prisa, lo abordaron y partieron lentamente. Juan manejaba el vehículo, Jesús iba a su lado y atrás Milton.
El jefe había observado en forma detallada los movimientos y las actitudes de los tres, para poder descubrir alguna reacción sospechosa; sin embargo, no observó nada extraño en la conducta de los tres. Se quedó pensativo, mientras se retiraba el automóvil. A pesar de ser un hombre violento, era calculador.
Juan, condujo el automóvil rumbo a la carretera federal y Milton le dijo que tomara la carretera como si fueran de regreso a México, para poder ir por Marisol, que estaba a 700 metros del crucero.
Al llegar al punto señalado por Milton, detuvieron el automóvil y esperaron a que Marisol saliera de su escondite para llevarla a donde estuviera fuera de peligro.
Marisol vigilaba la carretera desde su escondite y observó cuando arribó el automóvil, esperó a que Milton abriera la puerta del auto y descendiera de él, era la forma en que Milton le haría saber que todo marchaba bien; entonces salió entre los árboles y corrió hacia ellos. Usaba una mochila color guinda.
Entró al automóvil y se sentó atrás de Juan, enseguida entró Milton, se sentó al lado de ella, cerró la puerta y arrancaron.
Era una hermosa Juchiteca joven morena, delgada, con ojos negros grandes, nariz pequeña, labios ligeramente gruesos, dientes blancos, cabello negro y abundante.
Juan condujo el automóvil medio kilómetro en la misma dirección y se detuvo fuera de la carretera y le preguntó a Marisol, a donde quería ir.
—A donde vayan ustedes—contestó.
—Vamos a Arriaga, pero te podemos llevar en otra dirección, si te queda mejor, depende de donde vivas—dijo Milton.
—Arriaga me queda bien—respondió.
Se mostraba asustada así que la apoyaron sin decir más y dieron la vuelta en “U” para dirigirse a Chiapas. Como iban a pasar de nuevo por el pueblo, Milton le pidió a Marisol que se agachara unos minutos y dijo que le avisaría el momento adecuando para levantarse. Ella obedeció y se ocultó hasta que le indicaron que ya podía sentarse en forma normal.
Continuaron el viaje en silencio para que Marisol se sintiera sin presiones. Hasta que por iniciativa propia, ella quiso dar explicaciones y contó las causas por las que estuvo en el hotel y escapó:
—Trabajo para un señor que se llama don Saúl, él me invitó a una fiesta en honor del presidente municipal electo—dijo ella.
En esa fiesta, don Saúl y su esposa me pidieron que los acompañara a un brindis familiar que se celebraba en otro sitio. Me dijo que ellos querían ofrecerme un trabajo más estable y bien pagado, el cual me explicarían en un lugar con menos ruido, en un ambiente mas privado. Me inspiraron confianza porque eran dos personas casadas las que me invitaban, así que acepté.
Viajé en el automóvil con la esposa de don Saúl, ella me comentó que don Saúl había notado mis deseos de superación y deseaba ayudarme para que tuviera un mejor trabajo. Me recomendó que tratara de ganar la confianza y buena voluntad de su esposo, que ella estaba de acuerdo porque era de “amplio criterio”.
En la fiesta comí poco y no tomé alcohol; sin embargo, cuando viajaba con la esposa de don Saúl, tuve la sensación que mi cuerpo pesaba menos, y además me sentí mareada y sin fuerzas.
Como fue un engaño la oportunidad de trabajo, al llegar al hotel fingí sentirme mal del estómago y con ese pretexto iba al baño varias veces, esperando una oportunidad para escapar.
Le dije a Don Saúl que me molestaba mucho la luz, que la sentía muy brillante, y además me sentía mareada. También le dije que estaba contenta para que no se sintiera rechazado y la vez no sospechara mis intenciones de huir.
Para evitar que se le antojara acostarse conmigo le dije que me sentía muy mal del estómago, con ganas de vomitar, que el vómito se me subía a la boca a cada rato, y se me saldría de un momento a otro. Deseaba que le diera asco besarme y sintiera que corría el riesgo de que vomitará sobre él, si estaba cerca.
—Don Saúl es un hipócrita que fingió ser amable conmigo, pero resultó ser el cabrón que todos dicen—sentenció.
Los tres escucharon sin hacer preguntas, ni comentarios. Ella estaba alterada y tenía deseos de desahogarse, así que continuó hablando sobre las transas, influencias, riquezas, abusos y poder de don Saúl, en esa zona del Istmo de Tehuantepec.
Después de decir pestes sobre el cacique, ya tranquila habló sobre Juchitán, Tapanatepec, Coatzacoalcos, algunas playas oaxaqueñas y las costumbres de la región.
Pero los problemas para los estudiantes y Marisol, apenas empezaban. En aquel hotel del pueblo oaxaqueño, el cacique don Saúl platicaba, con su lacayo y el encargado del hotel, sobre los estudiantes; y escuchaba comentarios intrigantes.
—Estos camaradas no fueron a hacer ejercicio, pues no regresaron muy sudados—dijo el encargado.
—Tomaron la carretera para México y a usted le dijeron que iban a Tuxtla—agregó el secuaz.
— Uno de ellos madrugó mucho, pues sus amigos preguntaron por él a las siete de la mañana—comentó el encargado.
— Se fueron manejando demasiado despacio y los chilangos manejan hechos la madre—dijo con insidia el secuaz.
Las explicaciones y aclaraciones lograron inquietar al cacique. El encargado del hotel lo hacía por ociosidad, y porque sabía que algunos chismes le producían propinas. El secuaz buscaba acción y diversión.
Don Saúl pidió al encargado, que le permitiera pasar a los cuartos que habían ocupado los chilangos. Él lo aprobó de buena gana.
El cacique caminó a las habitaciones y en el pasillo encontró a la señora que hacía la limpieza, a quien preguntó sí había encontrado algún paquete en esas habitaciones o en alguna otra parte. La señora respondió que no.
Don Saúl procedió a revisar personalmente los cuartos y sitios cercanos. Minutos más tarde, estaba frustrado porque no tenía claro quien le había robado el paquete que buscaba, podía haber sido Marisol, alguno de los chilangos o sus propios achichincles.
El paquete contenía droga cuyo valor era mayor a doscientos cincuenta mil pesos, por eso lo buscaba con cautela. Sabía que sí los trabajadores del hotel se enteraban del valor, sería difícil que lo devolvieran al ser hallado.
Pidió al encargado que le diera los nombres de los muchachos. Este revisó la hoja de registro, anotó los nombres en un papel, y se lo dio.
Sin dar explicaciones el cacique abandonó el hotel en su auto. El servil encargado se quedó parado en el estacionamiento del hotel, y no tuvo oportunidad de saber que buscaba don Saúl.
El cacique ordenó al chofer que fueran a una cantina del pueblo a buscar a Felipe. Un policía de caminos que acudía a ese sitio con frecuencia; en la mañana iba a curarse la cruda y en la tarde a jugar cubilete (póquer con dados).
Felipe no estaba en la cantina pero ahí les informaron habían visto su patrulla estacionada cerca del tanque de agua potable. Era un nuevo sitio para tomar cerveza, frente aquel tanque había un árbol de chicozapote que producía una sombra enorme, bajo la cual la dueña de la tienda de la esquina, tenía varias mesas con sillas.
Ahí servían cervezas frías con ricas botanas: consomé de camarón, totopos, tasajo, quesillo y otras. El sitio al aire libre, no apestaba como la cantina, tampoco había perros callejeros, y los terrenos aledaños sin construcciones ni banquetas, eran un gran estacionamiento.
Felipe, un hombre gordo como de 35 años, en cuanto se dio cuenta que se aproximaba el automóvil del cacique, se levantó de la silla y caminó hacia él. Don Saúl esperó a que Felipe estuviera cerca y bajó el cristal de la ventanilla para decirle que necesitaba su apoyo. Deseaba localizar un Sentra blanco con placas del Distrito Federal, que salió del pueblo hace media hora a la Ciudad de México ó a Tuxtla Gutiérrez. En él viajaban tres jóvenes como de 20 años.
A pesar de la rabia que sintió Felipe por dejar la cerveza y la botana, ofreció a don Saúl que en seguida vería su asunto. Don Saúl, le dio las gracias. Por la forma en que lo vio el cacique, Felipe entendió que había posibilidades de recibir una buena recompensa.
Felipe se fue caminando a la tienda para pagar la cuenta y despedirse de la dueña. Después se dirigió a la patrulla para solicitar por radio a sus compañeros, que estuvieran atentos y cuando vieran un Sentra Blanco con placas del Distrito Federal, con tres pasajeros hombres, lo detuvieran con algún pretexto y le avisaran por radio. Habló con varios compañeros, quienes usando sus códigos confirmaron que estaban enterados y que apoyarían. Terminó de hablar por radio y fue a recorrer los alrededores para averiguar si alguien los había visto.
La carretera en dirección al sur se bifurca: a la izquierda va a Tuxtla Gutiérrez Chiapas; y a la derecha a Tapachula Chiapas. Como el viaje era a la costa rumbo a Tapachula, los estudiantes le habían dicho a don Saúl que se dirigían a Tuxtla Gutiérrez.
Arribaron a la ciudad de Arriaga, pero como Marisol ya sabía que ellos iban a Tapachula, les pidió no pararan y la llevaran hasta Tonalá, pues todavía estaba muy nerviosa. Así lo hicieron.
En el camino Juan comentó que la República Mexicana tenía la figura de un árbol. Explicó que Oaxaca y Chiapas eran el tallo; arriba del cual, las ramas grandes representaban la mayor parte del territorio nacional, y las ramas pequeñas representaban la Península de Yucatán. Las raíces estaban alimentadas por los ríos Hondo y Suchiate.
Jesús platicó que el D. F. era una ciudad muy hospitalaria, a donde inmigraban personas de todos los Estados.
Milton comento que la mayoría de la gente que vive en Cancún, son inmigrantes o hijos de inmigrantes; y por eso esa ciudad era cosmopolita.
Juan contó que en Tapachula, hay personas de origen Chino, Alemán, Turco y otras partes, porque fue refugio para perseguidos políticos; y por eso eran solidarios.
La conversación no era abierta, se abordaban temas de carácter impersonal, todavía no se establecía un ambiente de amistad ente Marisol y ellos.
Llegaron a Tonalá "Lugar Caluroso". Esta ciudad ubicada un poco más lejos de aquel pueblo Oaxaqueño y con mayor número de habitantes, los hacía sentirse menos inseguros.
Juan sabía que muchos habitantes del Istmo de Tehuantepec se mudaban a vivir a la Costa de Chiapas, por lo que le preguntó a ella si tenía familiares en esa ciudad.
No, solo tengo parientes en Coatzacoalcos, Distrito Federal y Estados Unidos. Hace 12 años mis padres se fueron a vivir a Coatzacoalcos y regresé a mi pueblo hace tres años—respondió.
No dijo más, porque no deseaba comentar detalles de su vida. La realidad era que los padres de Marisol se mudaron a una colonia que se llama Allende de Coatzacoalcos y se separaron. Su madre se dedicó a la prostitución y su padre se fue como estibador en un barco griego de carga, a recorrer el mundo. Ella vivió ocho de esos nueve años, con su tía. Existían pocos recuerdos gratos.
— ¿Porque regresaste a tu pueblo?—preguntó Milton.
— Por negocios—contestó.
Este tipo de respuestas oscuras y cortantes, les desagradaban y enrarecían el ambiente.
Cuando entraron a la ciudad de Tonalá, ella pensó que lo ideal era ir a tomar un baño y cambiarse de ropa antes de comer algo, pero no externo su opinión porque deseaba que ellos tomaran la decisión. Los jóvenes localizaron un restaurante color anaranjado, amplio y limpio. Se estacionaron frente a él.
Antes de entrar al restaurante, Marisol dijo que necesitaba ir a comprar ropa, que regresaría pronto para comer con ellos. Milton se ofreció para acompañarla, pero ella no aceptó.
Marisol deseaba comprar un pantalón, una playera y ropa interior; le resultaba más cómodo hacerlo sola. Además estaba acostumbrada a comer poco y sin horario, podía realizar una sola comida en todo un día. Cuando trabajaba como edecán en las fiestas, era común que los invitados le ofrecieran drogas, y ella pasara toda la tarde y noche sin comer.
Los tres entraron al restaurante, los atendió una mesera chaparrita, morena, carita redonda, ojos negros, nariz minúscula y cabello rizado. Ordenaron la comida y avisaron que mas tarde llegaría otra persona a la mesa. Diez minutos más tarde, la mesera llevó lo ordenado y empezaron a comer sin esperar a Marisol, porque podría tardar mucho en regresar e incluso podría no volver.
Marisol llegó al restaurante 30 minutos mas tarde, y pidió únicamente un plato de arroz con camarones y una coca de dieta. La dueña del restaurante la observó detenidamente, se acercó a una de las empleadas y le comentó un chisme al oído. Todos se dieron cuenta de inmediato de la conducta de la dueña.
Después de pagar la cuenta, en la puerta del restaurante, Juan preguntó a la dueña sí conocía un buen hotel. La señora recomendó un hotel con estacionamiento, ubicado en la misma calle, tres cuadras mas adelante.
Al subir al carro Marisol expresó que no le gustaría ir al hotel que recomendó la señora. Propuso ir a la playa y buscar un hotel y todos estuvieron de acuerdo, fueron a Puerto Arista.
La pregunta a la dueña del restaurante solo tenía la intención de dejar una pista falsa a la señora. Su actitud de chismosa les dio desconfianza.



Al llegar a la playa Juan contó que cuando él era niño, a la entrada a Puerto Arista había una enorme Ceiba, y todas las tardes se llenaba con miles de cotorras. Aún cuando la Ceiba era enorme, parecía que no había lugar para todas, por lo que peleaban los espacios. Finalmente todas las cotorras conseguían un lugar, se tranquilizaban y dormían.
— Bueno ya no existe la Ceiba, pero el mar nos espera siempre—afirmó.
En Puerto Arista había muchas zonas para acampar y solo cuatro hoteles formales con aproximadamente 25 cuartos cada uno; ese verano estaban totalmente ocupados tres hoteles. En el hotel que se alojaron solo quedaban libres dos habitaciones, y las rentaron de inmediato. Una la ocuparon los tres hombres y la fue para ella sola. Ellos pagaron las dos habitaciones porque imaginaban que ella no podía pagarla.
Después de tomar un baño en su habitación, Marisol salió a caminar con ellos a la playa, y al anochecer fueron a comer. Al terminar la comida ella regresó a su cuarto a drogarse, había robado a don Saúl un paquete de droga.
Milton fue a ver a Marisol más noche para invitarla a salir, cuando ella abrió la puerta le manifestó que se sentía cansada y prefería quedarse en su cuarto. Él se puso triste y solo alcanzó a decir…bueno, que descanses.
—Gracias—contestó ella.
Marisol tenía poco dinero por lo que decidió vender algo de droga. En su habitación preparó pequeñas dosis y las envolvió con pedazos de papel, para venderlas más noche. Era hábil para encontrar clientes, así que vendió con facilidad varias dosis, hasta obtener el dinero suficiente para comprar un traje de baño el día siguiente.
Milton se reunió con sus compañeros y comentó su preocupación, les dijo que fue a ver a Marisol y parecía drogada.
Por otra parte, don Saúl continuaba su búsqueda…Este personaje era famoso en la región y todos sabían que se dedicaba a la construcción y exportación de fruta.
También era del conocimiento popular que sus verdaderos negocios eran el tráfico de drogas, la prostitución y el agio. Bien relacionado con políticos y con los medios de comunicación, gozaba de impunidad y tenía capacidad para corromper. Sus negocios estaban por encima de las ideologías, contaba con el apoyo de políticos de derecha, centro e izquierda.
Por teléfono, el capo había pedido a cómplices y amigos que le avisaran si veían el carro de los estudiantes. Uno de sus contactos en Tonalá, identificó el carro cuando quedó estacionado frente al restaurante y le informó.
El lunes, don Saúl mandó tres sicarios a la ciudad Chiapaneca. Llegaron en la mañana al restaurante y platicaron con la dueña, sobre las personas que viajaban en un automóvil con placas del Distrito Federal. La señora informó que eran tres hombres y una mujer, todos jóvenes; y que les había recomendado el hotel de su prima, el cual estaba a tres cuadras de distancia, sobre la misma calle, rumbo al centro de la ciudad.
Fueron de inmediato al hotel y uno de ellos habló con el encargado. Le dijo que buscaba a unos amigos que vienen del Distrito Federal. También comentó que la señora del restaurante, prima de la dueña del hotel, les informó que ahí estaban hospedados.
—¿Como se llaman sus amigos?—preguntó el encargado.
—Estos son sus nombres—respondió el hampón, entregando un papel.
El encargado revisó la lista de huéspedes y dijo que no había alguien registrado con esos nombres.
Con la aprobación del encargado, los maleantes revisaron el estacionamiento y después recorrieron las calles aledañas, hasta quedar convencidos de que no estaba el carro en esa área.
El grupo de sicarios regresó al restaurante para platicar con la dueña y la mesera. Les pidieron que describieran el carro y a las personas. Nadie sabía el número de placas, solo sabían que eran del Distrito Federal, pero dieron amplia información sobre ellos.
Por teléfono informaron a Don Saúl que en el carro viajaban tres hombres y una mujer, todos jóvenes y le dieron las descripciones que obtuvieron. Él ordenó que se pusieran en contacto con gente de confianza del lugar, para intensificar la búsqueda; y que ofrecieran pagar veinte mil pesos de recompensa al que los encontrara.
El cacique elucubraba que sí el carro que llegó al restaurante era el de los estudiantes, entonces Marisol viajaba con ellos y se encontraban en la costa de Chiapas. Deseaba recuperar su paquete, y eliminar a ella y sus cómplices.
Los hampones no tenían fotos de los estudiantes y tampoco las placas del carro, pero estaban dispuestos a “levantar” (secuestrar) a quienes viajaran en un Sentra blanco con placas de Distrito Federal y cumplieran con las características descritas.

4. El Amor


Ese lunes desayunaron en el hotel y se fueron a la playa. A medio día cuando decidieron meterse al mar, Marisol dijo: Voy a comprar un traje de baño, no me tardo. Compró un traje de baño barato para que le quedaran algunos pesos.
Fue a su habitación, se puso el traje de baño, y regresó con ellos lista para nadar en el mar. Lucía bellísima en traje de baño, tenía un cuerpo exquisito.
Los cuatro se metieron al mar y estuvieron divirtiéndose más de tres horas. Milton estaba impresionado de la belleza de Marisol, jamás había conocido otra mujer que le gustara tanto. Sus ojos negros, blanca sonrisa, piel morena, cintura esbelta y lindas piernas; lo seducían.
Regresaron al hotel a quitarse la arena en una regadera que está en la playa. Después fueron a sus habitaciones. Ella dijo que se cambiaría de ropa y los esperaría en el lobby.
Milton pidió a sus amigos que lo acompañaran a la habitación porque quería conversar con ellos; ahí fue directo al grano y dijo que desde que conoció a Marisol pensaba todo el día en ella. Reconoció que estaba enamorado y no le importaba que fuera drogadicta.
Jesús y Juan quedaron sorprendidos.
—Estás loco, porque además de drogadicta, es prostituta—exclamó Jesús.
— Si es prostituta, pero con todo y eso, quiero intentarlo—respondió.
— Incluso puede tener SIDA por ser drogadicta y prostituta—atacó Jesús.
— La sacaré de la droga, de la prostitución y la convenceré que se haga análisis de VIH—contestó.
— ¡Estás fregado!—concluyó Jesús.
Nada detenía la pasión de Milton, estaba convencido que a pesar de todo, el alma de Marisol era buena, pues con la droga y la prostitución solo se había hecho daño ella misma, no a los demás.
— Por mi parte estoy de acuerdo que ella viaje con nosotros para que lo intentes, así sabrás que quiere ella—dijo Juan.
Pero había un nuevo problema debido a que Marisol vendió droga en la playa y se enteró el vendedor del pueblo, quien avisó por teléfono a su proveedor de Tonalá. Acordaron reunirse a las cinco de la tarde en Puerto Arista.
El vendedor acudió a la cita acompañado del drogadicto que le había comprado a Marisol. El vendedor preguntó al drogadicto donde podía contactar a la mujer que le vendió la droga; y el drogadicto intimidado, dio el nombre del hotel. De inmediato fueron los tres al hotel a buscar en el lobby, pasillos, restaurante y sus alrededores.
Milton y Marisol fueron a la playa, él necesitaba decirle lo que sentía.
Jesús y Juan fueron a un improvisado bar que había frente al restaurante, para darle tiempo a Milton.
Cuando Marisol y Milton se dirigían al restaurante, el drogadicto la reconoció. Los narcotraficantes tomaron unas fotos y se fueron. Querían investigarla bien, antes de actuar. Necesitaban saber a que grupo pertenecía; no podían permitir intromisiones en su territorio, pero tampoco podían arriesgarse a meterse con la persona equivocada.
Desde el bar, Juan y Jesús vieron todo; así que pidieron la cuenta y salieron por un lado para seguir a los narcos. Solo alcanzaron ver la camioneta en que se retiraron, era roja.
Regresaron al restaurante y cuando se reunieron con Marisol y Milton, les pidieron ir a otro lugar. Jesús apoyó contando mas detalles sobre lo que habían visto
— Eran tres hombres tomándoles fotos a los dos—resaltó Jesús.
— Ella es muy bella por eso le toman fotos—bromeo Milton.
Sin embargo todos percibían que estaban en peligro y decidieron comer en la habitación de ellos.
En el cuarto Jesús platicó que aquellos hombres se habían retirado con rapidez en una camioneta roja nueva. Juan llegó mas tarde la habitación con comida, refrescos y una botella de ron; comentó que por precaución, sería bueno dejar el hotel al terminar de comer.
Sin embargo no lo hicieron porque esa reunión fue una catarsis que suscitó sentimientos de comprensión, purificación y otras emociones, fue como un ritual para extinguir los prejuicios de Jesús, revalorar la capacidad de amar de Milton y descubrir virtudes en Marisol.
La conversación fue fluida, profunda y abierta; la disfrutaron hasta la media noche. Todos tomaron algunas copas y ella no se drogó.
Esa misma noche el proveedor llevó las fotos a Tonalá donde estaban sus jefes. Al día siguiente, el martes, uno de los jefes le dijo al proveedor por teléfono, que necesitaban detener a esa mujer, porque le había robado la droga al mero patrón.
—Iré a Puerto Arista, espérame en el lobby del hotel a las diez de la mañana—ordenó.
Ese martes, Marisol y sus amigos salieron del hotel a las ocho de la mañana. A la salida de Puerto Arista se detuvieron en el poblado a comprar refrescos y pastillas de menta, mientras lo hacían pasaron por el sitio dos camionetas, y la señorita que los atendía comentó: esos son narcos y manejan como bestias. Voltearon a ver las camionetas y una de ellas era la camioneta roja del día anterior.
En cuanto pasaron las camionetas en dirección al hotel, ellos salieron en sentido opuesto, rumbo a Tonalá para tomar la carretera que va primero a Pijijiapan y después a Tapachula.


5. La encrucijada


En las últimas 24 horas Marisol había vivido una situación difícil interiormente, no sabía que hacer cuando arribara a Tapachula. Debía resolver entre seguir por su cuenta o vivir con Milton. Vivía una encrucijada.
Finalmente, tomó la decisión más importante de su vida y les confesó que en su mochila tenía casi dos kilos (cuatro libras) de droga, empacadas en dieciséis bolsitas, y que deseaba deshacerse de todo.
Para evitar que la droga pudiera ser usada por alguien más, decidieron tirarla al mar. Viajaron a Acapetagua una ciudad de cinco mil habitantes; y de ahí se dirigieron a un pequeño poblado de pescadores, a partir del cual se puede ir en lancha a la playa.
El pueblo era muy pequeño, a simple vista parecía que solo eran 10 viviendas, pero existían mas chozas en la selva de mangle. En el lugar había un campamento del ejército que daba asistencia a la población. Doctores y dentistas atendían gratis a las personas.
Encontraron un pescador que por quinientos pesos los llevó a pasear por los canales que cruzan el manglar y llegan a la playa.
Es un pantano con mangles diferentes a los que existen en otras partes del mundo. Este mangle chiapaneco, tiene sus raíces en el lodo como todos, pero su tallo es recto y alto, con hojas limpias, mide más de 35 metros de altura. Nace en el pantano y alcanza el cielo
Después recorrer el manglar por aquellos canales naturales, desembarcaron cerca de la playa y corrieron para meterse al mar, ahí tiraron la droga entre las olas, recorriendo casi un kilómetro a lo largo de la costa. Se arrojó todo al mar, ni siquiera Marisol guardó un gramo. El polvo blanco se mezcló, disolvió y dispersó; en el inmenso océano pacífico.
Tomaron la lancha de regreso hasta la casa del pescador, quien les obsequió camarones cocidos. Se despidieron del pescador y fueron al automóvil, el cual habían estacionado cerca del campamento médico-militar.
El martes a las seis de la tarde llegaron a Tapachula, y el miércoles Marisol y Milton tomaron el vuelo de regreso a la Ciudad de México.
Jesús y Juan permanecieron en Tapachula hasta el martes siguiente, porque Juan mandó a pintar carro de color azul. Regresaron al Distrito Federal por carretera sin ningún problema.
Milton se tituló en la Universidad Nacional Autónoma de México como Ingeniero Mecánico Electricista, año y medio después de regresar de aquel Viaje. Marisol, que no padecía SIDA, obtuvo el titulo de Bióloga a los 31 años de edad.