martes, 17 de mayo de 2016

Salvamento pesado

Salvamento pesado
© David Gómez Salas

Viajamos del Distrito Federal a Cancún Quintana Roo: Pepe, Maximiliano y yo, en el camino Pepe nos platicó que le fascinaba nadar y que cuando estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México había ganado el segundo lugar en un concurso de natación a nivel nacional.  No recuerdo el nombre de la competencia , no recuerdo si fue a nivel universitario  o de todas las asociaciones estatales, no recuerdo más datos.  Pero un segundo lugar nacional es algo relevante,  sin duda era muy bueno nadando.

Nos detuvimos para comer en un lugar paradisiaco llamado El Cenote Azul que se encuentra en Bacalar Quintana Roo.

Es un restaurante construido en el borde del Cenote, así que se puede nadar en las cristalinas aguas del Cenote y subir directamente al restaurante para  tomar un refresco, una cerveza o comer. Max y yo nos metimos a nadar, Pepe fue por unas cervezas.

Max se tiró un clavado y nadó al centro del Cenote una distancia de  40 - 50 metros. Yo nadé primero para separarme de la orilla más o menos 20 metros y  después me quedé nadando y flotando en esa zona para estar observando la orilla,  atento para cuando  Pepe  arrimara las cervezas al borde .

De repente,  Max me dijo ¡David, hay una persona que se está ahogando!

No  había visto a esta persona en apuros porque mi mirada estaba dirigida a la orilla y la persona se encontraba atrás de mi, a quince metros de distancia en dirección al centro del Cenote.

— ¿Que hacemos? — me dijo.  Se está ahogando y me pidió ayuda.
— Pues no podemos dejar que se ahogue — respondí .  Y nadé hacia la persona para auxiliarlo.

El problema era que aprendí a nadar sin técnica, como la mayoría de mi pueblo en aquellos años.  Puedo nadar en el mar o en lagunas muchas horas seguidas sin cansarme, siempre y cuando no tenga que  cargar objetos pesados. Sé nadar para mantenerme a flote y avanzar, para vencer corrientes ligeras  e incluso avanzar tramos cortos con  fuertes corrientes, pero  hasta ahí. No me sentía ni me siento  capaz de poder salvar a una persona.  Es mucho peso.

Sin embargo nadé hacia la persona, a sabiendas que podría morir . Las personas que se están ahogando normalmente se agarran desesperados de cualquier cuerpo que flota  y con frecuencia terminan ahogando al auxiliador.

Pensé  de inmediato en mi esposa e  hijas, también en mi madre. Quizás ya no las volvería a ver. Al mismo tiempo pensé lo que haría para salvarlo.

Me acercaría de frente para poder hablar con él y explicarle como lo salvaría.

Mi plan era que lo ayudaría a flotar y que él se mantuviera quieto  y no intentara tener toda la cabeza arriba de la superficie del agua, que inclinara la cabeza hacia atrás y dejara solo la nariz y la boca fuera del agua. Sabía que de esta manera podríamos  avanzar lentamente, pero  seguros.  Cerca de la  orilla quizás  alguien podría lanzarnos  una cuerda y jalarnos.

Otra opción era que yo lo ayudara a flotar y que Max, no diera empujones sin comprometerse a sujetarnos.  Como cuando se empuja una lancha.

La mejor opción era que Pepe, segundo lugar nacional en natación, se lanzara al agua y lo salvara.  Pero los que estábamos cerca  éramos: Max y yo.  Pepe había a la barra por las cervezas.

Pensé que si detectaba que la persona intentaba sujetarme o montarse en mí, entonces me hundiría de inmediato  porque  el que se está ahogando  desea mantener la cabeza fuera de la superficie del agua. Con esta maniobra imaginaba que me soltaría al sentir que lo jalaba para abajo.

Ya estaba frente al él, era un joven como de 20 - 25 años de edad, moreno de cabello negro.

El muchacho estaba desesperado, al sentirme cerca su primera reacción fue estirar los brazos para sujetar mi cabeza. Me hundí como lo había planeado pasé por abajo de él, vi que tenía puesto un short de mezclilla. Subí y con la mano derecha lo tomé por atrás del cinturón del short  para ayudarlo a flotar y al mismo tiempo le puse mi antebrazo izquierdo en su cuello y empuje hacia adelante su cabeza para evitar que girara.

—Estoy calmado — me dijo

— Estamos flotando, te voy salvar  — le contesté.

Max llegó y empezó a empujarnos, avanzábamos con lentitud pero seguro.  Afortunadamente , por fin llegó Pepe a la orilla del Cenote , con tres cervezas. Max le gritó ¡Ayúdanos, se estaba ahogando!

Pepe dejó las cervezas en una mesa, se quitó los lentes, la camisa, los zapatos, los calcetines y se lanzó al agua.  Se me hizo eterno ese tiempo.

Nadó hacia nosotros y cuando llegó se preparó a darle un golpe a la persona que rescatábamos.

— Está controlado — gritó Max.

Entre los tres lo arrastramos a la orilla. La presencia de Pepe nos dio mucha confianza.  Al subirlo a tierra nos dimos cuenta que era un muchacho muy fuerte, como de 1.90 metros de estatura.

— No sé que me pasó — nos dijo. Yo he nadado con frecuencia y nunca me había pasado esto. Se me acalambraron las piernas y no tenía fuerza en los brazos.

—A veces llegan corrientes de agua muy fría porque el Cenote tiene de 40 a 60 metros de profundidad —  le contesté.

El joven descansó un rato recostado en el piso. Unas monjas que habían visto desde la parte alta del restaurante todo el rescate, bajaron al sitio  y nos dijeron: benditos sean.

Al oír lo anterior, el joven les dijo: No sé que me pasó , ya les conté que soy atleta, corro y nado todos los día y ...se puso a presumir  sus hazañas y records.

Nos retiramos para comer y tomar las cervezas.

— Al final, cuando llegaron las religiosas,  ese muchacho  presumió tanto que me dieron ganas de regresarlo al agua — dijo Max.

Cuando llegué al rescate pensaba noquearlo con un golpe porque así es más  fácil y seguro salvar a quien se ahoga. Pero me detuve al escucharlos  decir que el muchacho estaba calmado — dijo Pepe.

— ¡Lo hubieras noqueado!  — contestó Max.


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