Tiro de gracia. Autor David Gómez Salas
Una noche arribó un automóvil rojo al terreno que colinda con mi huerto. Entró por una parcela abandonada sin cerca al frente, el acceso estaba libre. El automóvil avanzó hacia donde me encontraba y se estacionó en el límite con mi terreno, muy cerca de mí.
Descendió del automóvil, una pareja de enamorados que se abrazaban y besaban. Con rapidez pusieron sobre el suelo una colcha y empezaron hacer el amor frente a mí.
Me retiraba silenciosamente del lugar, cuando el hombre gritó: ¡Quien anda ahí!
—Estoy en mi huerto—Contesté. Seguí caminando para alejarme del lugar y escuché disparos y sentí al mismo tiempo un balazo en mi brazo izquierdo. Corrí al río, es un cauce seco con algunos árboles de mezquite y maleza que crece en el desierto.
Corrí sin detenerme a lo largo del cauce hasta llegar a su cruce con la carretera. Antes de subir a la carretera, revisé mi brazo y me dí cuenta que mi herida era solo un rozón. Sin embargo supuse que por la sangre sería difícil que alguien se atreviera ayudarme y llevarme en su automóvil. Así que decidí seguir caminando por el cauce hasta llegar a las vías del tren y caminé a la ciudad por esa ruta. Era más segura, por ahí mi agresor no podría seguirme en automóvil, no hay forma.
Llegué a casa después de la medianoche, todos dormían. Me bañé y lavé mi herida con detergente, después le puse mercurocromo. Con gasa, presioné ligeramente la herida con mi mano derecha hasta que dejó de sangrar y la herida quedó seca externamente. Coloqué gasa limpia sobre la herida y la fijé con tela adhesiva. Me acosté del lado derecho con el brazo izquierdo arriba y sin moverme.
Al día siguiente, al mediodía, pasé en automóvil frente a mi huerto para observar si había alguien vigilando. Me di cuenta que 50 metros adelante, estaba un carro color gris plata estacionado del otro lado del camino, en sentido contrario al mío. No me detuve, seguí hasta el final del camino, es un tramo cerrado que comunica a varios terrenos con una carretera. Cuando llegué al final del camino di vuelta en “U “. Pasé de nuevo frente al auto estacionado y me di cuenta que en su interior, había una mujer.
El mismo día, a las 5 de la tarde di otra vuelta. Permanecía el carro estacionado con una mujer en su interior. Parecía ser una mujer distinta a la que había visto en la mañana. No estaba seguro, porque al pasar frente al carro, no volteaba descaradamente a verlo, simulaba llevar la vista al frente y voltear brevemente como con cualquier auto.
Pasaron 15 días en que no pude regar mis árboles y el sol los estaba matando. Son árboles jóvenes con raíces aún poco profundas. Así que al dieciseisavo fui al huerto a regar. Para que el agua se infiltre a través del suelo debo regar de tarde noche. De día el agua se evapora muy rápido y no se aprovecha. Mi terreno es arcilloso, sin arena, poco poroso.
Al llegar al huerto, de inmediato vi que estaba el carro gris plateado en el sitio de siempre, lo ignoré. Me estacioné frente al portón, lo abrí, metí mi auto, cerré el portón y me dirigí a mi auto para ir al fondo del terreno. Pero en ese momento el carro gris plata ya estaba frente a mi terreno y como la cerca es de malla ciclónica, la mujer que bajó del auto y yo, podíamos vernos. No podía fingir que no la había visto.
—¡Señor, señor!—Gritó.
Me aproximé a ella, para escucharla. Era una mujer muy joven, delgada, morena, rostro delicado, ojos negros grandes, cejas pobladas y nariz pequeña. Cabello lacio sujetado hacia atrás.
—Necesitamos platicar—Me dijo. No tenga miedo, no le vamos hacer nada. Usted no rajó, no fue a la policía. Mi novio y yo, queremos darle un regalo de agradecimiento.
—Nada hay que agradecer—Le dije.
—Solo queremos platicar, no tenga miedo—Insistió. Suba a mi carro lo llevaré. Usted es un hombre fuerte, yo soy solo una mujer de 18 años ¿Me tiene miedo?
—Necesito darle agua a las plantas, se están secando—Contesté. No me deben nada, me urge regar.
—Espere, voy a llamar por teléfono, a ver que me dicen—Contestó.
Se retiró un poco e hizo la llamada atrás de su coche. Solo habló un minuto y regresó al portón y dijo: Está bien, póngase a regar, pero estamos entrados, rechazó mi invitación.
Caminó a su auto y dijo: espere, quiero enseñarle algo. Llegó al auto, abrió la cajuela y sacó una metralleta. ¿Ve este juguete? Si lo quisiera chingar, lo hubiera chingado, aunque se echara a correr.
Guardó el arma en la cajuela, subió al auto, dio marcha al motor y volteó a verme por la ventanilla. Sonrió y me dijo: nos veremos pronto y la próxima vez no me digas no. Se fue.
Ese día, terminé de regar como a las once de la noche. He aprendido a disfrutar el cielo estrellado del semidesierto, y he aprendido a amar la nobleza de su escasa vegetación. Me gusta estar a oscuras y mis ojos se acostumbran a ver con la tenue luz de la luna, aún cuando no haya luna llena. Así que decidí que a partir de ese día iría a mi huerto solo de noche. Me sentía más seguro, pero no perdía el miedo de que llegaran a visitarme.
Pasaron más de tres meses y cuando ya sentía que no los volvería a ver, apareció la mujer. Arribó a las 9 de la noche, se estacionó fuera de mi huerto. Nos vimos de inmediato, yo estaba abriendo una válvula que se encuentra cerca del camino. Bajó de su auto y me dijo: Buenas noches, mi buen.
—Buenas noches—Contesté. Tenía miedo, aunque ella tuviera 18 años y se viera sin maldad.
—Ábreme quiero platicar contigo—Dijo. No tengas miedo, no te voy hacer nada ¿Estás armado, güey?
—No—contesté. Y abrí el portón.
Pasó al huerto y me dijo: Mataron a mi novio, a mis papás, a mis carnales y a mis amigos. Al final solo quedamos vivos tres y éramos un chingo. Los tres que quedamos vivos, nos despedimos y cada quien jaló por su cuenta, sin saber de los otros, para que en caso que lo agarren, vuele solo.
Vine porque tú eres uno de lo pocos que no me eché ¿Me entiendes?
Me respetaban por mis ovarios bien puestos ¿Me entiendes?
Nunca me temblaron las manos, ni las piernas, ni nada ¿Me entiendes?
Así que pensé, me voy a echar aquel pinche campesino y vine.
Pero ya te dije que no te voy hacer nada y siempre cumplo mi palabra.
Déjame ver tu brazo. No te pasó nada y te disparó muy cerca por la espalda. A esa pinche distancia, yo te hubiera dado en la cabeza, la espalda, donde quisiera. Pero “El Culi” falló. Así le decían mi novio porque él a todos les decía culeros.
Pienso que a partir de esa noche empezó su racha de mala suerte. Por dejarte vivo. Los muertos nunca dan problemas, ni traen mala suerte. Perdí la cuenta de los he matado sin problemas. Pensé que debía darte cuello para terminar mi raja de mala suerte y vengar a “El Culi”.
Mientras yo regaba, ella caminaba a mi lado y a través de ella, habló el diablo. Platicó, casi sin interrupción, cerca de dos horas. Después me dijo: “El Culi” ya está muerto, como mis papás. Así que si voy a cumplirle a un muerto, que sea a mi mamá y no al güey del Culi.
Sacó debajo de la chamarra una pistola, la puso en mi cabeza y me dijo: si quieres vivir acuéstate en el suelo y repite lo yo diga.
—Doña Marisol, perdone a su hija, así como ella me perdonó—Dijo.
—Doña Marisol, perdone a su hija, así como ella me perdonó—Repetí.
—Ya la hiciste, pinche campesino—Dijo. Puso la pistola en mi nariz, desabotonó su blusa y, con una leve sonrisa, me preguntó:
¿Te gusta mi cuerpo, güey?
—Si
¿Has estado con una hembra como yo?
—No
Pues te la vas a perder, dijo. Guardó su pistola y se fue.