martes, 13 de diciembre de 2011

Sin fanatismos. Autor David Gómez Salas


Sin fanatismos

Autor David Gómez Salas


Hay religiones esclavizantes

que a no tener albedrío, obligan.

Por obedecer, te premian.

y por ser diferente, te castigan.


Si por no robar, un premio esperas;

concluiré que tu fe es convenenciera.

Si en nombre de Dios, matas;

concluiré que tu fe es insensata.


Si crees que existe Dios, muy bien

Si crees que no existe Dios, también

Escucharé tus palabras sin nihilismo

y analizaré, para mi, sin fanatismo.


Libertad y respeto para cualquiera.

Que cada quien piense y diga:

¡Lo que quiera!

viernes, 11 de noviembre de 2011

Aullido. Autor David Gómez Salas

Me alimento de

tu ímpetu y arrojo

De tu energía y frenesí,

de tus enojos.


Respiro de tu viento

maravilloso,

intenso, violento

y sin reposo.


Mi sangre es

tu cuerpo y tus besos.

Te llevo en mis venas

y en mis huesos.

jueves, 27 de octubre de 2011

Obstinado. Autor David Gómez Salas

Obstinado


Un banquete a la muerte

organizó doña “Codicia”

La cocinera fue “Demencia”,

y la mesera: “Sevicia”.

Comió la muerte con prisa,

no hubo tiempo de calma.

Y engulló desaforada,

más de cincuenta mil almas.

Siervo de los demonios,

de los dueños del dinero.

Hospedero de la codicia,

viento del extranjero

¿No te duele ver los muertos,

cuando pasa el carretero?


....David Gómez Salas. México


jueves, 20 de octubre de 2011

Komada. Autor David Gómez Salas

Al excavar junto al río, encontré nueve piezas de metal con un grabado rústico que decía 24 K. Parecían tabiques de color amarillo. Las limpié y de inmediato imaginé que eran de oro (zlato), brillaban.

No vivo en mi parcela y no deseaba trasportar el oro a casa porque en la carretera al pueblo existían dos retenes: uno de soldados y más adelante otro de policías. Podrían revisar mi morral y quitarme el oro.

Tampoco podía dejarlo enterrado en el mismo sitio, porque la gente va seguido al río.

Así que hice un cajete en medio del terreno, entre las hortalizas, puse los nueve tabiques de oro en tres filas, las cubrí con tierra y encima encajé plantas de ajo. Dejé el oro enterrado en mi parcela y fui a casa.

Al camión de pasajeros que tomé para ir al pueblo, lo detuvieron en los dos retenes y en ambos revisaron mi morral. Por primera vez sentí alegría por tener el morral vacío, así que sonreí cuando lo revisaban.

Concluí que aunque ya era rico, seguiría vistiendo como pobre, para que nadie pensara en robarme.

¿De que me servirá ser rico, si seguiré viviendo como pobre?, me preguntaba. Y me convencía mi mismo: será por mi seguridad.

Decidí evitar que visitaran mi parcela, para cancelar la posibilidad de que fueran a descubrir el oro.

—¿Cómo venderé el oro?—me pregunté. En mi comunidad no hay bancos, solo hay tiendas de abarrotes.

Si viajo hasta el banco de la ciudad regional, cuando les muestre el oro, pensarán que lo robé. Pues notarán que soy campesino (seljak).

Un día fui a la ciudad regional y visité una tienda llamada Mr. Gold , que tiene un letrero que dice: compro oro en joyas y en “pedacería” (komada). Pagaban a 4,125 dinares el gramo de oro de 18 kilates. De 24 kilates casi no hay, me dijo la señorita que atendía, pero si tienes algo de 24 kilates, lo pagamos a 5,500 dinares el gramo.

Al día siguiente llevé una báscula a mi parcela. No pesaban lo mismo todos los lingotes, había diferencias de gramos. En total los nueve lingotes pesaban 173 kilos 790 gramos. Si el oro era de 24 kilates, todo valía más de 955 millones de dinares, 8.9 millones de dólares.

Con marro y cincel, corté una rebanadita en una orilla, más o menos dos gramos y viajé de nuevo a la ciudad regional.

No puedo saber de cuantos kilates es tu oro—dijo la señorita.

Pensaba que traerías un anillo o una cadena rota, que ya tiene grabado de fábrica, los kilates. Solo puedo comprarlo, si lo dejas para que el dueño haga unas pruebas para conocer el “kilataje”.

—¿Cuánto tiempo?—pregunté.

—No sé—contestó de inmediato. Bueno, una semana o más. ¿Lo dejas?

—Dejaré la mitad—contesté. Con una navaja corté la laminilla, más o menos, a la mitad. Pésala por favor, le dije mientras la entregaba.

Pesó 1.1 gramos.

—Bueno, déme un recibo por favor y regresaré el próximo miércoles—le dije.

Me dio el recibo y dijo: hasta el miércoles después de las tres de la tarde, adiós (zbogom).

Fui a otras dos tiendas que compran oro. En una de ellas me dijeron que solo compraban oro en alhajas. En la otra me pidieron que llevara primero una identificación oficial y comprobante de domicilio.

El miércoles siguiente acudí a la tienda Mr. Gold (zlato).

—Dice el patrón que te pagará a 4 mil dinares el gramo—dijo la señorita.

Me dijo que te explicara que te paga solo 3 gramos porque se pierde oro al realizar la prueba y que además te descuenta 2 mil dinares por la prueba del “kilataje”, Así que, aquí tienes 2 mil dinares.

—Está bien—contesté. Te dejaré otro tanto, pésalo por favor. (Pesó 3.1 gramos).

—Te pagarán 10 mil dinares en total, descontando el costo de la prueba—me dijo. Nos vemos el próximo miércoles, añadió al entregarme el recibo.

Los boletos del autobús costaban 600 dinares, así que gastaba 1,200 dinares de ida y vuelta. Por lo tanto necesitaba vender 4.65 gramos para que me quedaran 15 mil dinares (140 dólares), después de descontar la pérdida de oro, el costo de la prueba y los pasajes de autobús.

Era difícil cortar una rebanadita con el peso deseado exacto, lo cortaba con un cincel. Me convenía llevar una sola tira, si llevaba dos me descontaban dos pruebas y dos pérdidas de oro. Cada vez tenía más práctica para cortar tirillas de casi 5 gramos y me sentía con más confianza con Jasna, así se llamaba la señorita que atendía en Mr. Gold.

Había realizado 12 entregas y cuando fui a cobrar esta y realizar la treceava entrega…

— David, ya no vengas; el dueño sospecha de ti—me dijo Jasna. Está pensando en llamar a la policía. Está intrigado sobre el origen de tu oro. ¿De dónde sacará el oro, este campesino? Ha preguntado varias veces

Busqué a Marius un viejo amigo, que tiene casi ochenta años y mantiene gran claridad. Le pedí consejos.

—¿Si encontraras un tesoro, que harías?—pregunté.

—Para cualquier persona es una bendición encontrar un tesoro. Disfrútalo, los riesgos forman parte de la vida—contestó.

Pensé que si Mr. Gold hubiera seguido comprándome 5 gramos cada semana, habría asegurado ingresos por más tiempo del que se puede vivir.

Decidí que podría vender el oro fabricando alhajas, para lo cual necesitaba comprar herramienta y equipo. Necesitaba mudarme a una ciudad que fuera muy grande, para pasar inadvertido y abrir una joyería. Al principio vendería joyas de marca conocidas y después iría vendiendo mis propios productos.

Corté un pedazo grande de oro, aproximadamente medio kilogramo y viajé a la gran ciudad para comprar las herramientas. Salí a las 6 de la tarde, normalmente era un viaje de 4 horas. Arribaría a la gran ciudad a las 10 de la noche.

Pero a las ocho de la noche, empezó a caer una lluvia de proyectiles que explotaban por todas partes, iluminando el cielo y destruyendo la carretera y los vehículos.

El chofer condujo el autobús fuera de la carretera, lo detuvo y gritó: huyan, corran, aléjense de la carretera.

El bombardeo duró hasta las cinco de la mañana, caminamos de regreso dos días. Cuando llegamos todo el pueblo estaba destruido, había tanques y soldados por todas partes.

Intenté ir a mi parcela, pero estaba prohibido ir a los campos de cultivo. Solo nos permitían viajar al sur, a la costa. Debíamos abandonar el país por barco, porque ésta Nación, donde nacimos, ya no era nuestra. Se apropiaron de las casas, negocios, parcelas…de todo. Fuimos expulsados, desterrados por nuestro origen étnico.

Actualmente vivo en México, en la costa de Chiapas, el Soconusco, rodeado de selva exuberante, con grandes tormentas, y gente apasionada. Aquí recuerdo el consejo de mi amigo Marius: “es una bendición encontrar un tesoro. Disfrútalo, los riesgos forman parte de la vida”.

No fue mejor aquella vida, fue aterrador el final. Pero pienso mucho en esa etapa. Me duele aceptar la idea de que ya no existe mi patria natal, la que conocí completa, no en pedazos (komada).

Derechos de autor

David Gómez Salas

México

lunes, 10 de octubre de 2011

Percepción. Autor David Gómez Salas

Eran casi las dos de la mañana cuando llevé en mi auto a mi amigo Juan Manuel, al edificio donde estaba su oficina. En cuanto entró al edificio, arranqué el auto y tomé el celular para avisarle a mi esposa que ya iba a casa.

Veinte Metros más adelante me detuve ante un semáforo en rojo, intempestivamente se abrió la puerta delantera del lado derecho y entró al auto un hombre armado.

—¡Te vas morir hijo de la chingada, sino obedeces!—Gritó.

—¡Me vas a llevar a donde te diga!—Agregó con otro grito.

Con la mano izquierda me sujetó de los cabellos, sacudiéndome la cabeza de un lado a otro; y con la otra mano, puso una pistola en mi sien derecha.

Por instinto de conservación reaccioné moviendo la cabeza en la misma dirección y sentido de los jalones que me daba el agresor, para aparentar estar más ebrio de lo que estaba. Pensé que así el asaltante me golpearía menos para someterme.

El asaltante parecía sorprendido al ver que podía sacudirme la cabeza con mucha facilidad. Sentí que me observaba para descubrir si realmente venía muy ebrio o estaba fingiendo.

Me mantuve en silencio y con la mirada al frente, para que el asaltante tuviera la seguridad de que él tenía la situación controlada por completo. Necesitaba que se sintiera dominador y dejara de golpearme.

—Te llevaré a donde quieras, dime a donde quieres ir—Le dije. Sin dirigirle la mirada.

El delincuente se acomodó en el asiento, se enderezó y levantó el pecho. Se veía más alto. Mantuvo la pistola apuntándome, pegada a mi cabeza.

—Vete por toda la Avenida Xola—Ordenó. Y agregó: al llegar a la Calzada de Tlalpan, te vas a la derecha hasta llegar a la Estación del Metro General Anaya, por ahí te diré más.

Contaba, más o menos, con cinco kilómetros para salir del problema, siempre y cuando fuera cierto lo que había dicho. Podía suceder que me quitara el auto antes de recorrer esa distancia, pero por la forma directa y concisa en que lo expresó, parecía haber dicho la verdad.

Primero consideré estrellar el auto contra un poste o una casa. Pero no parecía ser una solución, pues el maleante podría pegarme un tiro y huir, sin que alguien lo viera. No habría testigos, porque no había peatones y pasaban muy pocos autos.

Lo mejor era chocar contra otro automóvil, para que quedaran testigos de mi muerte. Y con muchísima suerte, quizás hasta tendría la oportunidad de salir del auto, después del impacto, y correr.

Deseaba complicarle la situación al asaltante, al llegar a la Calzada de Tlalpan, porque ahí circulan más carros que en la Avenida Xola.

—Vas a ir despacio por el carril de la derecha—Me ordenó, el maldito.

Por ese carril de baja velocidad, no era posible alcanzar a otro automóvil. Tampoco podía girar el auto a la izquierda para chocar con otro que pasara a alta velocidad, porque el impacto sería de mi lado. Debía chocar el auto por el costado derecho, de su lado. En último caso de frente.

Seguimos por el carril de baja velocidad y no tuve la suerte de encontrar un automóvil que circulara más lento, para embestirlo.

Al llegar a la esquina de Avenida Xola con Calzada de Tlalpan, sus insultos y golpes arreciaron. Creí que el tipo me iba a ordenar tomar una de las calles de esa zona, para quitarme el auto y darme un tiro. Es una zona casi sin alumbrado público, muy oscura.

Pensé que debía haberme arriesgado antes, porque quizás ya se estaba terminando mi tiempo.

Afortunadamente el delincuente no me ordenó ir por esas calles negras. Tomamos la Calzada de Tlalpan; siguiendo la ruta que él había dicho. Aquí los golpes se hicieron menos frecuentes e ignoré siempre sus insultos.

Pensaba infinidad de cosas, ya que además de cavilar sobre como librarme del asaltante, me lamentaba por haber tomado varios tragos y no estar en plenitud para reaccionar lo mejor posible. También lamentaba no haber puesto el seguro a la puerta, cuando mi amigo bajó del auto.

Pensaba en mi esposa y en mis hijas. Recordaba que cuando regresaba muy noche a casa, le decía a mi mujer que sabía cuidarme para que no se preocupara. Y ahora, si salía vivo, con que cara podría verla, sin recordar mi presunción. También le decía: “no te preocupes, la mala hierba nunca muere” y otras tonterías.

Seguimos por la Calzada de Tlalpan hacia el sur, por el carril de baja velocidad. Dos o tres autos me rebasaron por la izquierda, pero por el carril de máxima velocidad. La Calzada de Tlalpan tiene cuatro carriles en cada dirección. Pasaban muy separado de mí y a gran velocidad, fácilmente me matarían al atravesarme en su camino.

Después de un largo recorrido encontré una patrulla estacionada, justo una cuadra antes de llegar a la Estación del Metro General Anaya. Avancé para impactarla, era mi única oportunidad, aunque fuera la policía.

El asaltante me había dicho que por ahí daríamos vuelta a la derecha y yo recordaba que esas calles están siempre vacías después de las once de la noche. A esa hora con más razón.

Imaginaba que nos estacionaríamos en una calle oscura, que me obligaría a bajarme del auto, me pegaría un balazo y se llevaría el carro. Me figuraba que los vecinos encenderían las luces de sus casas, llamarían a la policía y bajaría hasta que estuvieran seguros de que ya no había peligro.

Estaba obligado a jugarme la vida en esa oportunidad. Estrellarme contra la patrulla. Pero…

—¡Si das claxonazo, te vas!—dijo, el maleante. Apretó la pistola contra mi cabeza y escuche un “click”, que interpreté había preparado la pistola para disparar.

Decidí no chocar contra la patrulla, se podría disparar la pistola al momento de la colisión. No sé porque pero frené con suavidad y detuve el auto justo al lado izquierdo de la patrulla, y sin hacer movimientos bruscos toque el claxon lo más breve posible.

Él malhechor tenía que decidir si disparaba o no, frente a la policía.

El tipo no disparó, bajó el arma y la escondió bajo su chamarra, dando la espalda a la patrulla se bajó del automóvil con agilidad y sin perder el estilo. Cerró la puerta sin golpearla y se paró frente a la ventanilla dando de nuevo la espalda a la patrulla.

El delincuente obstruía con su cuerpo la ventanilla, así que me incliné lentamente sobre el volante para poder ver la patrulla. Había dos policías.

El malhechor simuló ser un amigo al que yo le había dado un aventón a ese punto. Levantó la mano derecha para decirme adiós en forma breve, pasó por atrás de la patrulla, se subió a la banqueta y se fue caminado con tranquilidad. No supe más, me fui a casa.

El delincuente no me quitó la cartera, ni el auto, ni me llevó a un cajero automático, ni me causo heridas graves. Salí con vida.

Nada dije a los policías de la patrulla, ni siquiera intenté ver su rostro de nuevo, no confío en ellos. Desde estudiante me provocan mucho temor.

Me dijo un amigo extraterrestre: Yo no lo hubiese dejado ir así: "caminando con tranquilidad" sobretodo ya libre del cañón de esa pistola y teniendo a mano toda esa patrulla policial.

Y contesté: Me da gusto que tu percepción sea diferente a la mía. Pienso que por aquí, son peores los de uniforme…

jueves, 1 de septiembre de 2011

Tu angustia. Autor David Gómez Salas

Robaste a tu esposa

y a tus hijas, su dinero.

Fracasado, mentiroso,

sin honor, vulgar ratero.

Voraz, insaciable,

avaro y rastrero.

Apocado pernicioso

¡Súfrete, con tu dinero!

viernes, 19 de agosto de 2011

Tu ausencia.. Autor David Gómez Salas

Está el universo

estático e inerte.

En silencio, sin color;

y con olor a muerte.

Existo vacío,

soy menos que poco.

Deseo ser piedra,

anhelo estar loco.

jueves, 18 de agosto de 2011

domingo, 7 de agosto de 2011

EL TABACO CONSUME TU SALUD

EL TABACO CONSUME TU SALUD

La dependencia excesiva hacia la nicotina que contiene el tabaco, provoca que los vasos sanguíneos se estrechen, la circulación de la sangre sea lenta y el corazón trabaje de manera forzada. Junto con otras sustancias tóxicas que tiene el cigarro, puede ocasionar cáncer de pulmón, boca, laringe, esófago, riñón, vejiga y páncreas, entre otros, así como asma, bronquitis y enfisema pulmonar.

Otras consecuencias de su consumo son: envejecimiento prematuro de la piel, daños a la dentadura, mal aliento, manchas en las uñas de los dedos, así como úlceras gástricas y duodenales.

El problema suele iniciar en la adolescencia debido a la presión que ejercen los compañeros de escuela, publicidad excesiva en torno al consumo de cigarros, sentirse importante, imitación y curiosidad, o estrés y nerviosismo. El tabaco consume tu salud lentamente.

Si deseas dejar de fumar, acude con tú médico o a la unidad de salud de tu preferencia donde personal capacitado de orientara, recuerda no estas solo.

Si requieres de mayor información, orientación, tienes dudas o comentarios, comunícate al Servicio de Orientación en Salud (SOS) al número 56 22 01 27 ó 31, también puedes escribir al correo sos@unam.mx o acudir a la Dirección General de Servicios Médicos de la UNAM donde con gusto te atenderemos personalmente.

Dirección General de Servicios Médicos
http://www.pve.unam.mx/informacion/capsulas/capsulasparalaVida2011_06.pdf

viernes, 8 de julio de 2011

Tiro de gracia. Autor David Gómez Salas

Tiro de gracia. Autor David Gómez Salas

Una noche arribó un automóvil rojo al terreno que colinda con mi huerto. Entró por una parcela abandonada sin cerca al frente, el acceso estaba libre. El automóvil avanzó hacia donde me encontraba y se estacionó en el límite con mi terreno, muy cerca de mí.

Descendió del automóvil, una pareja de enamorados que se abrazaban y besaban. Con rapidez pusieron sobre el suelo una colcha y empezaron hacer el amor frente a mí.

Me retiraba silenciosamente del lugar, cuando el hombre gritó: ¡Quien anda ahí!

—Estoy en mi huerto—Contesté. Seguí caminando para alejarme del lugar y escuché disparos y sentí al mismo tiempo un balazo en mi brazo izquierdo. Corrí al río, es un cauce seco con algunos árboles de mezquite y maleza que crece en el desierto.

Corrí sin detenerme a lo largo del cauce hasta llegar a su cruce con la carretera. Antes de subir a la carretera, revisé mi brazo y me dí cuenta que mi herida era solo un rozón. Sin embargo supuse que por la sangre sería difícil que alguien se atreviera ayudarme y llevarme en su automóvil. Así que decidí seguir caminando por el cauce hasta llegar a las vías del tren y caminé a la ciudad por esa ruta. Era más segura, por ahí mi agresor no podría seguirme en automóvil, no hay forma.

Llegué a casa después de la medianoche, todos dormían. Me bañé y lavé mi herida con detergente, después le puse mercurocromo. Con gasa, presioné ligeramente la herida con mi mano derecha hasta que dejó de sangrar y la herida quedó seca externamente. Coloqué gasa limpia sobre la herida y la fijé con tela adhesiva. Me acosté del lado derecho con el brazo izquierdo arriba y sin moverme.

Al día siguiente, al mediodía, pasé en automóvil frente a mi huerto para observar si había alguien vigilando. Me di cuenta que 50 metros adelante, estaba un carro color gris plata estacionado del otro lado del camino, en sentido contrario al mío. No me detuve, seguí hasta el final del camino, es un tramo cerrado que comunica a varios terrenos con una carretera. Cuando llegué al final del camino di vuelta en “U “. Pasé de nuevo frente al auto estacionado y me di cuenta que en su interior, había una mujer.

El mismo día, a las 5 de la tarde di otra vuelta. Permanecía el carro estacionado con una mujer en su interior. Parecía ser una mujer distinta a la que había visto en la mañana. No estaba seguro, porque al pasar frente al carro, no volteaba descaradamente a verlo, simulaba llevar la vista al frente y voltear brevemente como con cualquier auto.

Pasaron 15 días en que no pude regar mis árboles y el sol los estaba matando. Son árboles jóvenes con raíces aún poco profundas. Así que al dieciseisavo fui al huerto a regar. Para que el agua se infiltre a través del suelo debo regar de tarde noche. De día el agua se evapora muy rápido y no se aprovecha. Mi terreno es arcilloso, sin arena, poco poroso.

Al llegar al huerto, de inmediato vi que estaba el carro gris plateado en el sitio de siempre, lo ignoré. Me estacioné frente al portón, lo abrí, metí mi auto, cerré el portón y me dirigí a mi auto para ir al fondo del terreno. Pero en ese momento el carro gris plata ya estaba frente a mi terreno y como la cerca es de malla ciclónica, la mujer que bajó del auto y yo, podíamos vernos. No podía fingir que no la había visto.

—¡Señor, señor!—Gritó.

Me aproximé a ella, para escucharla. Era una mujer muy joven, delgada, morena, rostro delicado, ojos negros grandes, cejas pobladas y nariz pequeña. Cabello lacio sujetado hacia atrás.

—Necesitamos platicar—Me dijo. No tenga miedo, no le vamos hacer nada. Usted no rajó, no fue a la policía. Mi novio y yo, queremos darle un regalo de agradecimiento.

—Nada hay que agradecer—Le dije.

—Solo queremos platicar, no tenga miedo—Insistió. Suba a mi carro lo llevaré. Usted es un hombre fuerte, yo soy solo una mujer de 18 años ¿Me tiene miedo?

—Necesito darle agua a las plantas, se están secando—Contesté. No me deben nada, me urge regar.

—Espere, voy a llamar por teléfono, a ver que me dicen—Contestó.

Se retiró un poco e hizo la llamada atrás de su coche. Solo habló un minuto y regresó al portón y dijo: Está bien, póngase a regar, pero estamos entrados, rechazó mi invitación.

Caminó a su auto y dijo: espere, quiero enseñarle algo. Llegó al auto, abrió la cajuela y sacó una metralleta. ¿Ve este juguete? Si lo quisiera chingar, lo hubiera chingado, aunque se echara a correr.

Guardó el arma en la cajuela, subió al auto, dio marcha al motor y volteó a verme por la ventanilla. Sonrió y me dijo: nos veremos pronto y la próxima vez no me digas no. Se fue.

Ese día, terminé de regar como a las once de la noche. He aprendido a disfrutar el cielo estrellado del semidesierto, y he aprendido a amar la nobleza de su escasa vegetación. Me gusta estar a oscuras y mis ojos se acostumbran a ver con la tenue luz de la luna, aún cuando no haya luna llena. Así que decidí que a partir de ese día iría a mi huerto solo de noche. Me sentía más seguro, pero no perdía el miedo de que llegaran a visitarme.

Pasaron más de tres meses y cuando ya sentía que no los volvería a ver, apareció la mujer. Arribó a las 9 de la noche, se estacionó fuera de mi huerto. Nos vimos de inmediato, yo estaba abriendo una válvula que se encuentra cerca del camino. Bajó de su auto y me dijo: Buenas noches, mi buen.

—Buenas noches—Contesté. Tenía miedo, aunque ella tuviera 18 años y se viera sin maldad.

—Ábreme quiero platicar contigo—Dijo. No tengas miedo, no te voy hacer nada ¿Estás armado, güey?

—No—contesté. Y abrí el portón.

Pasó al huerto y me dijo: Mataron a mi novio, a mis papás, a mis carnales y a mis amigos. Al final solo quedamos vivos tres y éramos un chingo. Los tres que quedamos vivos, nos despedimos y cada quien jaló por su cuenta, sin saber de los otros, para que en caso que lo agarren, vuele solo.

Vine porque tú eres uno de lo pocos que no me eché ¿Me entiendes?

Me respetaban por mis ovarios bien puestos ¿Me entiendes?

Nunca me temblaron las manos, ni las piernas, ni nada ¿Me entiendes?

Así que pensé, me voy a echar aquel pinche campesino y vine.

Pero ya te dije que no te voy hacer nada y siempre cumplo mi palabra.

Déjame ver tu brazo. No te pasó nada y te disparó muy cerca por la espalda. A esa pinche distancia, yo te hubiera dado en la cabeza, la espalda, donde quisiera. Pero “El Culi” falló. Así le decían mi novio porque él a todos les decía culeros.

Pienso que a partir de esa noche empezó su racha de mala suerte. Por dejarte vivo. Los muertos nunca dan problemas, ni traen mala suerte. Perdí la cuenta de los he matado sin problemas. Pensé que debía darte cuello para terminar mi raja de mala suerte y vengar a “El Culi”.

Mientras yo regaba, ella caminaba a mi lado y a través de ella, habló el diablo. Platicó, casi sin interrupción, cerca de dos horas. Después me dijo: “El Culi” ya está muerto, como mis papás. Así que si voy a cumplirle a un muerto, que sea a mi mamá y no al güey del Culi.

Sacó debajo de la chamarra una pistola, la puso en mi cabeza y me dijo: si quieres vivir acuéstate en el suelo y repite lo yo diga.

—Doña Marisol, perdone a su hija, así como ella me perdonó—Dijo.

—Doña Marisol, perdone a su hija, así como ella me perdonó—Repetí.

—Ya la hiciste, pinche campesino—Dijo. Puso la pistola en mi nariz, desabotonó su blusa y, con una leve sonrisa, me preguntó:

¿Te gusta mi cuerpo, güey?

—Si

¿Has estado con una hembra como yo?

—No

Pues te la vas a perder, dijo. Guardó su pistola y se fue.

jueves, 9 de junio de 2011

La mujer y el mar. Autor David Gómez Salas


Mar embravecido.

semilla de mis pasiones,

al sacudir mi cuerpo

fortaleciste mi alma.


Tu oleaje indomable

lo llevo en la sangre.

Es mi linaje, mi estirpe.

Mi vendaval y fogosidad

son tu herencia.


No me espanta

que la embarcación cruja

y el vendaval me sacuda.

Me gusta.


Amo tu cielo encapotado,

tus tormentas desatadas.

Tus cambios,

tu interior…

tu calma.


Mar, eres mi mundo-vida.

Por ti comprendo

mi naturaleza,

mi temperamento.


Amo a las mujeres

que son tormenta

y también a las

que son bonanza.


Las amo siempre:

ardientes o cohibidas,

inquietas o serenas,

lujuriosas o santas.


Las amo como el mar:

Con intensidad.

Unas veces estremecido;

otras, con calma.

viernes, 27 de mayo de 2011

Amnesia. Autor David Gómez Salas

Amnesia

Autor David Gómez Salas

Señorita no recuerdo quien soy. No recuerdo mi nombre, ni edad, ni siquiera sé donde vivo. Estoy diciendo la verdad, estoy perdido.

—No vivo en esta ciudad, no lo puedo ayudar. Pregunte a una persona, que sea de este lugar.

Señora no recuerdo quien soy. No recuerdo mi nombre, ni edad, ni siquiera sé donde vivo. Estoy diciendo la verdad, estoy perdido.

—Sé donde vives primor, irás a casa conmigo. Te he estado buscando ¡Por fin encontré a mi marido!

No se ofenda señora la veo muy grandecita. Y calculando edades, podría ser mi abuelita.

—Vamos a casa mi rey, allá te bañaré. Y para curar tu amnesia, mi cuerpo, te entregaré.

En su casa, con prisa, me quitó la camisa. Estaba desesperado, me sentía atrapado.

—Para bañarte, dijo: te voy a desnudar. Y para no mojar mi ropa, también me la voy a quitar.

Se me ocurrió hacerle cosquillas en sus peludas axilas y también en las costillas.

Tanta risa le dio, que la vieja se orinó. Y para que me detuviera, dejarme ir prometió.

Fuera de su casa, grité: ¡Ya sé quien soy! ¡Adiós doctora, ya todo lo recordé!

sábado, 21 de mayo de 2011

Luna enamorada. Autor David Gómez Salas

A mi musa…


En mi huerto,

durante el verano,

en las noches, consumido,

con desgano;

al terminar mi trabajo,

me acostaba conforme

y lleno de ilusiones,

sobre una piedra enorme.

La luna preciosa

y sensible lo notó.

Y mi admiración por ella,

mal interpretó.

Se enamoró de mí

y partir de ahí,

solo hubo luna llena,

Plenilunio, para mí.

La linda luna

fue mi inspiración.

Hice mil poesías,

por esa razón.

Tardé en comprender

su dulce mirada;

y darme cuenta que,

de mí, estaba enamorada.

lunes, 9 de mayo de 2011

La cena. Autor David Gómez Salas

—Me enteré que ayer pagaron su cena con el dinero recolectado para apoyar el movimiento estudiantil—dijo Perico. Como integrante del Comité de Lucha les digo que no estoy de acuerdo.

—¿Recolectado? ¿Así en abstracto?—Le pregunté.

Lo recolectamos nosotros tres, los que cenamos enfaticé. En total colectamos trescientos sesenta y siete pesos y únicamente gastamos en la cena quince pesos. Comimos tres tacos y un refresco cada uno. Lo platicamos con todos, no ocultamos nada.

Nos pasamos en la calle y los camiones desde el mediodía hasta las ocho de la noche repartiendo volantes, explicando porque luchamos, y pidiendo que nos apoyen.

—Ellos se han quedado a cuidar la escuela muchas noches y siempre pagan su cena, con sus propios recursos—Dijo el maestro Terán. Lo de anoche fue una excepción, yo pagaré lo que gastaron y pagaré la cena de hoy.

—Gracias maestro pero hoy no nos quedaremos—contesté. Necesitamos ir a nuestras casas. Imagino que Perico y sus amigos se quedarán hasta mañana. Ya van a dar las diez de la noche. Que les sea leve, no se duerman. Regresamos mañana, nos vemos en la asamblea.

Así que después de cuidar la escuela por más de treinta noches, le dejamos a Perico y sus amigos, esa responsabilidad.

Esa noche el ejército entró a la universidad y apresó a quienes estaban adentro. Detuvieron a muchos estudiantes en otras Facultades, en la nuestra a nadie. Así fue como me enteré que no se habían quedado Perico y sus amigos.

Desde el principio de nuestra lucha pedíamos la libertad de los presos políticos, ahora lo exigíamos con más ganas.

También pedíamos la derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal. Que consideraba delito de disolución social cualquier reunión con fines políticos. Aún cuando la reunión fuera pacífica, con pocas personas y se celebrara en una fábrica, escuela o casa particular. Bastaba que se calificara que el propósito de la reunión era conspirar contra el gobierno, las instituciones. Y al bote (la cárcel).

Nos sentíamos en una sociedad sin libertad, pedíamos la desaparición del cuerpo de Granaderos, la destitución de los jefes policíacos que ordenaron la agresión a los estudiantes y también pedíamos que el gobierno pagara indemnizaciones a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto.

Pues nos dieron más palos, ahora el ejército había tomado posesión de la universidad. Había más presos políticos, más desaparecidos, más represión, y tenían más poder la policía y el ejército.

Nosotros protegíamos la escuela armados con piedras y palos, para que no la asaltaran los porros, pero nada hubiéramos podido hacer contra el ejército. Así que gracias, muchas gracias Perico.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Tristes recuerdos. Autor David Gómez Salas

Al morir su madre dijo a sus hermanas:

nos repartiremos la joyas, mañana.

Me figuré un desagradable festín

para repartirse el botín.


No las imaginé con dos brazos,

las pensé con seis tentáculos.

Y dije, no deseo ver

ese triste espectáculo.


—No lo veo así, contestó.

Así no piensan los cuerdos.

El oro, las perlas y gemas;

serán mis tristes recuerdos.

domingo, 20 de febrero de 2011

La apuesta. Autor David Gómez Salas

Nada hay que explicar

sobre una poesía.

Absurdo y aburrido

sería.


Los incapaces de crear,

los amargados;

atacan sin cesar

lo que no han creado.


Los que no existen

por sí mismos;

actúan con envidia

y con nihilismo.


Aquellos, con el tiempo

serán olvidados.

Y poemas que no fueron explicados,

generosamente serán recordados.


La mirada del jaguar

David Gómez Salas

miércoles, 9 de febrero de 2011

Cristiano alevoso Autor David Gómez Salas

En la arena del circo romano

estaban: un violento león

y un torturado cristiano.


El león cuidado y sano.

Maltratado y débil, el cristiano.


Al cristiano lo enterraron

sin compasión, ni pena.

Solo su cabeza

quedó fuera de la arena.


El león que estaba libre

y super sano,

se lanzó sobre la cabeza

del cristiano.


Este movió el cuello,

esquivó el ataque;

y arrancó un testículo

al león, con un mordisco.


El público protestó

que moviera el cuello.

Con llantos reclamó,

tal atropello...


Historias callejeras

David Gómez Salas