sábado, 16 de enero de 2010

Traumatizado. Autor David Gómez Salas

¿Qué pasa?—le dije. Eran las once de la noche, su carro estaba en la calle descompuesto. Él se veía preocupado viendo al interior del cofre. Su esposa e hija, dentro del vehículo, confiando que él resolvería el problema.

Pues…mmm, no sé—contestó, inseguro y desconfiado. No enciende el motor, la batería está bien, tengo gasolina, no sé que pasa.

Es una zona peligrosa a esta hora, empujemos tu auto al estacionamiento del Centro Comercial, te llevo con tu familia a tu casa y después regresas con algún mecánico y acompañantes hombres, para que no te asalten—propuse.

La noche estaba fría y con lluvia. El hombre aceptó mi invitación, así que a empujones acomodamos su carro en el estacionamiento del centro comercial, ahí hay vigilancia. Es un sitio ligeramente más seguro que la calle. Se subieron a mi carro, en los asientos de atrás. Adelante íbamos mi esposa y yo.

Toma la calzada Acoxpa en dirección a la calzada de Tlalpan, yo te diré donde darás vuelta y como llegar a mi casa—me dijo. Después comentó, en estos tiempos ya no existen personas solidarias como usted, que se animen a transportar, en su carro, a desconocidos. Nadie ayuda nadie, todos desconfían de todos.

Manejé la ruta, siguiendo sus indicaciones y en una esquina me dijo: ya llegamos, muchas gracias aquí nos quedamos.

¿Dónde vives?—pregunté.

En aquella casa blanca contestó—su hija, una niña como de ocho años.
Aquí está bien—insistió el señor. Hizo el intento de abrir la puerta.

Te llevaré a tu casa para que no se mojen, no abras la puerta—le dije.

Solo faltaban 30 metros, así que los llevé a la casa blanca. Bajaron los tres, la señora metió la llave en la cerradura y abrió una puerta frente al jardín y de inmediato corrieron hacia la puerta de la casa. Seguía lloviendo levemente.

Gracias—dijo él, sin voltear a vernos. Evitó que viéramos su rostro, se alejó del carro de inmediato y se paró en la puerta del jardín, mostrándonos su espalda.

Al verlos seguros en su domicilio, les grité: ¡Adiós, que todo salga bien!, y nos fuimos.

¡Qué señor tan desconfiado!—dijo mi esposa. ¿Porque generalizó? ¿Porque dijo, todos desconfían de todos?

Supongo, está traumatizado—contesté.

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