DESDE EL PANTANOAutor: David Gómez Salas
La suerte si existe, y muchas cosas pueden pasar solo por estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. Hay circunstancias que no se pueden prever ni evitar, y cambian para siempre el estilo de vida de las personas. Como lo muestra esta historia.
1. El acuerdo
Todo empezó en un restaurante de la Ciudad de México, donde Milton, Jesús y Juan se reunían con frecuencia a platicar sobre deportes, mujeres, política, religión, filosofía, negocios y cualquier tema.
En una de esas reuniones se pusieron de acuerdo para hacer un viaje al sureste de México, y recorrer por carretera la costa de Chiapas. El viaje se hizo en el mes de julio, al terminar el semestre escolar. Eran estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México. Milton estudiaba Ingeniería Mecánica; Jesús, Física; y Juan, Ingeniería Química.
Salieron un sábado a las siete de la mañana, de la gasolinera ubicada en la calle de Acoxpa y Canal de Miramontes en el Distrito Federal. Al partir, Juan manejaba su auto; posteriormente se turnarían el volante para no manejar cansados.
Después de varias horas de viaje llegaron a la ciudad de Oaxaca, en donde se detuvieron a comer mole, el platillo típico de la región.
2. El lugar equivocadoContinuaron el viaje y la primera parada a dormir fue en un pueblo del Estado de Oaxaca, el cual tenía cerca de quince mil habitantes. Llegaron al hotel como a las ocho de la noche, los atendió en la recepción un hombre moreno y delgado que aparentaba cincuenta años de edad. El hotel tenía poco más de veinte habitaciones y cuatro baños comunes.
Aún cuando el hotel era pequeño, contaba con un terreno grande que ocupaba dos tercios de la manzana. El terreno tenía barda a su alrededor, excepto al frente; donde estaba la entrada de autos al lado derecho, el jardín al centro y la salida de autos al lado izquierdo.
A espaldas del jardín se ubicaba el área de estacionamiento; y atrás del estacionamiento, en el fondo del terreno, estaba el hotel y la administración.
Había árboles frutales y plantas de ornato en el jardín y sus alrededores. Por todas partes se disfrutaba la sombra de mangos, chicozapotes y otros árboles Algunos lugares del jardín tenían vegetación muy densa.
Las habitaciones eran pequeñas por lo que tomaron dos cuartos, para estar más cómodos. Uno para Juan y Jesús, y otro para Milton. Al terminar el registro en la recepción del hotel, fueron a sus habitaciones y después de bañarse, salieron a pasear al pueblo.
La ciudad se había desarrollado a lo largo de la carretera, era larga y angosta. Tenía pocas calles pavimentadas, la mayoría eran de piedra y tierra. En el recorrido del hotel a la plaza principal algunos tramos carecían de banquetas; y además en muchas ocasiones las banquetas estaban deterioradas. Era más fácil caminar por la calle, que por las banquetas.
Caminaron cinco o seis cuadras y llegaron al parque principal, a su alrededor se localizaban: el edificio del ayuntamiento municipal, la comandancia de policía, un billar, y otros locales comerciales. En la calle vendían marquesote (un pan con almidón y huevos), tlayudas (tortilla grande de maíz con asiento de manteca de puerco, frijoles, lechuga, carne y salsa), tostadas con frijoles negros y aguacate, plátanos horneados y otros antojitos. La plaza estaba llena de jóvenes y niños. El clima cálido era agradable.
Comieron en un puesto callejero y se quedaron platicando en la plaza, para contemplar las costumbres de los lugareños en ese sitio de reunión y esparcimiento. Regresaron al hotel a las once de la noche y continuaron platicando, parados sobre un camellón del estacionamiento.
El patio del hotel se iluminaba con focos ubicados en el exterior de cada habitación, pero a esa hora ya quedaban pocos encendidos, así que la iluminación era tenue. El cielo estaba nublado y el patio oscuro, por los árboles de abundante follaje
Minutos mas tarde, entraron al estacionamiento cuatro automóviles, de donde bajaron varios huéspedes, en total siete hombres y cuatro mujeres. Aparentemente todos estaban borrachos, pues hablaban en voz alta y reían ruidosamente.
Ocuparon habitaciones en la planta alta y en la planta baja, dejaron las puertas abiertas para seguir tomando afuera de sus habitaciones; lo hicieron en la banqueta, a un lado del estacionamiento.
Los estudiantes continuaron platicando en el estacionamiento. Milton comentó que una de las mujeres de aquel grupo, tenía un vestido blanco que parecía vestido de novia. Minutos más tarde, Jesús y Juan fueron a sus habitaciones, Milton permaneció más tiempo en el jardín.
Juan escuchó desde su habitación un diálogo entre una mujer y un hombre.
— ¿Estas molesta?—preguntó un hombre.
— No, me siento mareada, rara, veo imágenes con mucho color—contestó la mujer.
— ¿Cuál es el problema?—interrogó el hombre.
— Veo la luz muy brillante y me molesta aún con los ojos cerrados, la luz atraviesa mis párpados—dijo ella.
— Te sentirás mejor al rato—afirmó el hombre.
— Me siento sin sueño, y al mismo tiempo no tengo ganas de caminar, ni de comer, no tengo ganas de hacer nada—explicó la voz femenina.
Afuera de las habitaciones continuaban las risas y voces del grupo. En todo el patio solo quedaron encendidos seis focos, tres en la planta alta y tres en la planta baja.
Milton se mantuvo lejos del grupo de personas que se divertía en el estacionamiento y caminó hacia el centro del jardín, se recostó sobre una roca grande y limpia, para admirar el cielo y reflexionar. Casi no dirigía la mirada al grupo de personas que se divertía en el estacionamiento, estaba entregado totalmente a la meditación.
En el hotel, la mujer joven con vestido blanco entraba con frecuencia a diferentes cuartos, las otras mujeres eran mas tranquilas y permanecían sentadas en la banqueta.
Los hombres seguían en movimiento continuo, bajaban y subían las escaleras, entraban y salían de las habitaciones, iban a los autos y al baño; y cuando participaban en una conversación la abandonaban rápidamente.
Como a las doce de la noche empezaron a discutir, quien parecía ser el jefe recriminó primero a un compañero y después a todos los demás. Era un hombre alto, moreno, robusto, cachetón y con bigotes.
Al principio las mujeres se mantenían calladas en la banqueta, después no quedaba ninguna en ese sitio, aparentemente se metieron a las habitaciones.
Los hombres ya no estaban alegres y caminaban cada vez más aprisa, en todas las direcciones. El jefe empezó a coordinarlos, primero les ordenó ir a los carros a sacar armas y otras cosas; después envió a dos hombres al fondo, a las esquinas para que vigilaran los límites del terreno de atrás y los lados. Estableció dos puestos fijos de vigilancia.
Desde el centro del estacionamiento, organizó a los cuatro hombres restantes en una brigada móvil que revisaba todas las instalaciones del hotel. Daba órdenes con pocas palabras en voz baja, y hacía muchos ademanes para dar precisión a sus instrucciones.
Dos de los cuatro hombres de la brigada móvil, ubicaron sus automóviles al fondo de cada camino lateral con los faros encendidos hacia el frente, de esta forma iluminaron los caminos de entrada y salida de autos. Después regresaron a reunirse con sus compañeros.
Los límites laterales del terreno estaban iluminados, pero permanecía oscuro el jardín y parte del estacionamiento. La brigada móvil formó una línea a lo ancho del terreno, dejando entre ellos una distancia aproximada de diez metros, era una línea para revisar a detalle el jardín.
Milton, por instinto de conservación, se levantó de la piedra y corrió agachado entre los árboles.
Los hombres armados empezaron a caminar hacia el frente del terreno. Primero avanzaron por el estacionamiento y después siguieron con el jardín, donde estaba Milton.
Revisaron palmo a palmo el terreno y con lámparas de mano iluminaron a su alrededor. Al avanzar no quedaba un punto sin examinar. Esculcaron, revisaron para buscar algo oculto, los arbustos y arriba de los árboles. Cuando llegaron a la calle, caminaron de regreso para recorrer de nuevo el jardín y el estacionamiento.
Posteriormente, dos hombres subieron a los autos restantes, y recorrieron el terreno con las luces encendidas. Los dos vigilantes del fondo observaban los límites del terreno, mientras otros dos revisaban desde los carros, y dos mas lo hacían a pie.
La búsqueda se volvió caótica, hasta que el jefe ordenó que se colocara un vigilante en cada esquina del terreno. Cuando corroboró que ya estaban los cuatro vigilantes en sus sitios, abordó un auto con dos hombres y salió del hotel. El domingo, como a las siete de la mañana, Jesús y Juan fueron a la habitación de Milton. Tocaron la puerta y Jesús dijo en voz alta que estarían en el estacionamiento. Milton no contestó.
Después de transcurrir diez minutos, fueron otra vez a la habitación de Milton, tocaron la puerta y tampoco hubo respuesta.
Jesús dijo que probablemente Milton había salido a correr. Fueron a la administración del hotel y Jesús preguntó al encargado, si había visto a su compañero de la habitación 105. El encargado contestó que no.
Juan preguntó al encargado en donde había una cancha de básquetbol cercana al hotel y le informaron que a la orilla de la carretera, después del parque.
Caminaron a la cancha y al llegar observaron que estaba en mal estado, ni siquiera tenían aros los tableros. La cancha estaba sucia con polvo, piedras y algunos vidrios de botellas rotas, era evidente que no se usaba desde hace tiempo.
Se quedaron en la cancha más tiempo, porque era probable que Milton los buscara en ese sitio. Así sucedió, después de una larga espera Milton llegó a la cancha y se acercó a ellos sin mostrar preocupación alguna.
Cuando estuvo con ellos les dijo que imaginó se les ocurriría buscarlo ahí; y enseguida advirtió que debían salir del pueblo pronto, porque anoche lo habían perseguido las personas que estaban en el estacionamiento. Comenzó a relatar lo ocurrido.
Estaba en el jardín pensando y noté que terminaron las risas, volteé y observé que había terminado la reunión, solo quedaban hombres revisando el hotel que se disponían a revisar todo el terreno. Alcancé a ver cuando sacaron armas de los carros.
Corrí agachado por entre los árboles hasta llegar al frente del hotel, crucé la calle y salté a una casa. Esperé escondido dos horas para regresar al hotel, pero lo mantenían vigilado.
Registraron todo el hotel y especialmente el jardín, el cual iluminaban con lámparas de mano y con los faros de sus carros.
Permanecí en la cochera de esa casa, junto a la calle. No podía ir más al fondo pues corría el riesgo que los dueños me vieran. Estuve quieto en cuclillas hasta que se me cansaron las piernas, así que decidí buscar una salida por la parte de atrás.
Me di cuenta que estaba desocupada, por lo que con confianza fui al patio del fondo, subí la barda y salté al lote de atrás que es un baldío. De ahí salí a la calle y fui a la carretera. Nunca corrí para no llamar la atención, no fuera a ladrar algún perro.
Crucé la carretera y me metí a un terreno sembrado con árboles de mango. Subí a un árbol con muchas hojas, para esconderme y esperar que amaneciera. Sin embargo, cinco minutos después observé a la mujer del vestido blanco cruzar la carretera y correr directamente a mi escondite.
La muchacha nerviosa dijo que me vio en el hotel antes de escapar, y que después desde donde estaba escondida, me vio de nuevo cuando crucé la carretera. Se llama Marisol y quiere que la ayudemos a escapar, se quedó escondida en el huerto de mangos, esperando que pasemos por ella.
Primero pensé que esos tipos habían hecho algo malo cuando estaban tomando, y creían que yo era testigo. Pero ahora imagino que ellos piensan que la ayudé a escapar del hotel. Ellos me vieron cuando estuve en el jardín.
— ¿Por qué escapó?—preguntó Jesús.
— La invitaron a una fiesta con engaños y querían abusar de ella. No es de este pueblo y no tiene familiares aquí—contestó.
Los tres caminaron al hotel, al llegar a la administración observaron que ahí estaba el jefe platicando con el encargado, quien al ver a los tres jóvenes, les preguntó: ¿fueron a jugar básquet?
No tienen aros los tableros, respondió Juan sin detenerse. Caminaron con naturalidad a sus habitaciones simulando no tener prisa. Dejaron las habitaciones después de darse un baño para no despertar sospechas, era ilógico hacer ejercicio y no bañarse.
Llevaron sus maletas al carro y pasaron a la administración únicamente a entregar las llaves, pues el hotel ya lo habían pagado al entrar.
Ahí seguía el jefe con la intención de averiguar sí los jóvenes sabían algo de lo ocurrido anoche. Observaba si estaban nerviosos y les preguntó como les había parecido el pueblo. Jesús sonrió y aclaró que solo habían conocido el hotel y el parque.
Bueno ¿les gustó lo que vieron?, preguntó con firmeza el jefe. Al escuchar el tono autoritario, Milton contestó con una indirecta: noté que las personas son amables, eso me gustó mucho.
3. Inicia la persecución
Después de entregar las llaves, Juan dio las gracias y se despidió. El jefe lanzó la última pregunta: ¿A Que ciudad se dirigen?
A Tuxtla, contestó Juan mientras salían de la administración. Caminaron al automóvil sin prisa, lo abordaron y partieron lentamente. Juan manejaba el vehículo, Jesús iba a su lado y atrás Milton.
El jefe había observado en forma detallada los movimientos y las actitudes de los tres, para poder descubrir alguna reacción sospechosa; sin embargo, no observó nada extraño en la conducta de los tres. Se quedó pensativo, mientras se retiraba el automóvil. A pesar de ser un hombre violento, era calculador.
Juan, condujo el automóvil rumbo a la carretera federal y Milton le dijo que tomara la carretera como si fueran de regreso a México, para poder ir por Marisol, que estaba a 700 metros del crucero.
Al llegar al punto señalado por Milton, detuvieron el automóvil y esperaron a que Marisol saliera de su escondite para llevarla a donde estuviera fuera de peligro.
Marisol vigilaba la carretera desde su escondite y observó cuando arribó el automóvil, esperó a que Milton abriera la puerta del auto y descendiera de él, era la forma en que Milton le haría saber que todo marchaba bien; entonces salió entre los árboles y corrió hacia ellos. Usaba una mochila color guinda.
Entró al automóvil y se sentó atrás de Juan, enseguida entró Milton, se sentó al lado de ella, cerró la puerta y arrancaron.
Era una hermosa Juchiteca joven morena, delgada, con ojos negros grandes, nariz pequeña, labios ligeramente gruesos, dientes blancos, cabello negro y abundante.
Juan condujo el automóvil medio kilómetro en la misma dirección y se detuvo fuera de la carretera y le preguntó a Marisol, a donde quería ir.
—A donde vayan ustedes—contestó.
—Vamos a Arriaga, pero te podemos llevar en otra dirección, si te queda mejor, depende de donde vivas—dijo Milton.
—Arriaga me queda bien—respondió.
Se mostraba asustada así que la apoyaron sin decir más y dieron la vuelta en “U” para dirigirse a Chiapas. Como iban a pasar de nuevo por el pueblo, Milton le pidió a Marisol que se agachara unos minutos y dijo que le avisaría el momento adecuando para levantarse. Ella obedeció y se ocultó hasta que le indicaron que ya podía sentarse en forma normal.
Continuaron el viaje en silencio para que Marisol se sintiera sin presiones. Hasta que por iniciativa propia, ella quiso dar explicaciones y contó las causas por las que estuvo en el hotel y escapó:
—Trabajo para un señor que se llama don Saúl, él me invitó a una fiesta en honor del presidente municipal electo—dijo ella.
En esa fiesta, don Saúl y su esposa me pidieron que los acompañara a un brindis familiar que se celebraba en otro sitio. Me dijo que ellos querían ofrecerme un trabajo más estable y bien pagado, el cual me explicarían en un lugar con menos ruido, en un ambiente mas privado. Me inspiraron confianza porque eran dos personas casadas las que me invitaban, así que acepté.
Viajé en el automóvil con la esposa de don Saúl, ella me comentó que don Saúl había notado mis deseos de superación y deseaba ayudarme para que tuviera un mejor trabajo. Me recomendó que tratara de ganar la confianza y buena voluntad de su esposo, que ella estaba de acuerdo porque era de “amplio criterio”.
En la fiesta comí poco y no tomé alcohol; sin embargo, cuando viajaba con la esposa de don Saúl, tuve la sensación que mi cuerpo pesaba menos, y además me sentí mareada y sin fuerzas.
Como fue un engaño la oportunidad de trabajo, al llegar al hotel fingí sentirme mal del estómago y con ese pretexto iba al baño varias veces, esperando una oportunidad para escapar.
Le dije a Don Saúl que me molestaba mucho la luz, que la sentía muy brillante, y además me sentía mareada. También le dije que estaba contenta para que no se sintiera rechazado y la vez no sospechara mis intenciones de huir.
Para evitar que se le antojara acostarse conmigo le dije que me sentía muy mal del estómago, con ganas de vomitar, que el vómito se me subía a la boca a cada rato, y se me saldría de un momento a otro. Deseaba que le diera asco besarme y sintiera que corría el riesgo de que vomitará sobre él, si estaba cerca.
—Don Saúl es un hipócrita que fingió ser amable conmigo, pero resultó ser el cabrón que todos dicen—sentenció.
Los tres escucharon sin hacer preguntas, ni comentarios. Ella estaba alterada y tenía deseos de desahogarse, así que continuó hablando sobre las transas, influencias, riquezas, abusos y poder de don Saúl, en esa zona del Istmo de Tehuantepec.
Después de decir pestes sobre el cacique, ya tranquila habló sobre Juchitán, Tapanatepec, Coatzacoalcos, algunas playas oaxaqueñas y las costumbres de la región.
Pero los problemas para los estudiantes y Marisol, apenas empezaban. En aquel hotel del pueblo oaxaqueño, el cacique don Saúl platicaba, con su lacayo y el encargado del hotel, sobre los estudiantes; y escuchaba comentarios intrigantes.
—Estos camaradas no fueron a hacer ejercicio, pues no regresaron muy sudados—dijo el encargado.
—Tomaron la carretera para México y a usted le dijeron que iban a Tuxtla—agregó el secuaz.
— Uno de ellos madrugó mucho, pues sus amigos preguntaron por él a las siete de la mañana—comentó el encargado.
— Se fueron manejando demasiado despacio y los chilangos manejan hechos la madre—dijo con insidia el secuaz.
Las explicaciones y aclaraciones lograron inquietar al cacique. El encargado del hotel lo hacía por ociosidad, y porque sabía que algunos chismes le producían propinas. El secuaz buscaba acción y diversión.
Don Saúl pidió al encargado, que le permitiera pasar a los cuartos que habían ocupado los chilangos. Él lo aprobó de buena gana.
El cacique caminó a las habitaciones y en el pasillo encontró a la señora que hacía la limpieza, a quien preguntó sí había encontrado algún paquete en esas habitaciones o en alguna otra parte. La señora respondió que no.
Don Saúl procedió a revisar personalmente los cuartos y sitios cercanos. Minutos más tarde, estaba frustrado porque no tenía claro quien le había robado el paquete que buscaba, podía haber sido Marisol, alguno de los chilangos o sus propios achichincles.
El paquete contenía droga cuyo valor era mayor a doscientos cincuenta mil pesos, por eso lo buscaba con cautela. Sabía que sí los trabajadores del hotel se enteraban del valor, sería difícil que lo devolvieran al ser hallado.
Pidió al encargado que le diera los nombres de los muchachos. Este revisó la hoja de registro, anotó los nombres en un papel, y se lo dio.
Sin dar explicaciones el cacique abandonó el hotel en su auto. El servil encargado se quedó parado en el estacionamiento del hotel, y no tuvo oportunidad de saber que buscaba don Saúl.
El cacique ordenó al chofer que fueran a una cantina del pueblo a buscar a Felipe. Un policía de caminos que acudía a ese sitio con frecuencia; en la mañana iba a curarse la cruda y en la tarde a jugar cubilete (póquer con dados).
Felipe no estaba en la cantina pero ahí les informaron habían visto su patrulla estacionada cerca del tanque de agua potable. Era un nuevo sitio para tomar cerveza, frente aquel tanque había un árbol de chicozapote que producía una sombra enorme, bajo la cual la dueña de la tienda de la esquina, tenía varias mesas con sillas.
Ahí servían cervezas frías con ricas botanas: consomé de camarón, totopos, tasajo, quesillo y otras. El sitio al aire libre, no apestaba como la cantina, tampoco había perros callejeros, y los terrenos aledaños sin construcciones ni banquetas, eran un gran estacionamiento.
Felipe, un hombre gordo como de 35 años, en cuanto se dio cuenta que se aproximaba el automóvil del cacique, se levantó de la silla y caminó hacia él. Don Saúl esperó a que Felipe estuviera cerca y bajó el cristal de la ventanilla para decirle que necesitaba su apoyo. Deseaba localizar un Sentra blanco con placas del Distrito Federal, que salió del pueblo hace media hora a la Ciudad de México ó a Tuxtla Gutiérrez. En él viajaban tres jóvenes como de 20 años.
A pesar de la rabia que sintió Felipe por dejar la cerveza y la botana, ofreció a don Saúl que en seguida vería su asunto. Don Saúl, le dio las gracias. Por la forma en que lo vio el cacique, Felipe entendió que había posibilidades de recibir una buena recompensa.
Felipe se fue caminando a la tienda para pagar la cuenta y despedirse de la dueña. Después se dirigió a la patrulla para solicitar por radio a sus compañeros, que estuvieran atentos y cuando vieran un Sentra Blanco con placas del Distrito Federal, con tres pasajeros hombres, lo detuvieran con algún pretexto y le avisaran por radio. Habló con varios compañeros, quienes usando sus códigos confirmaron que estaban enterados y que apoyarían. Terminó de hablar por radio y fue a recorrer los alrededores para averiguar si alguien los había visto.
La carretera en dirección al sur se bifurca: a la izquierda va a Tuxtla Gutiérrez Chiapas; y a la derecha a Tapachula Chiapas. Como el viaje era a la costa rumbo a Tapachula, los estudiantes le habían dicho a don Saúl que se dirigían a Tuxtla Gutiérrez.
Arribaron a la ciudad de Arriaga, pero como Marisol ya sabía que ellos iban a Tapachula, les pidió no pararan y la llevaran hasta Tonalá, pues todavía estaba muy nerviosa. Así lo hicieron.
En el camino Juan comentó que la República Mexicana tenía la figura de un árbol. Explicó que Oaxaca y Chiapas eran el tallo; arriba del cual, las ramas grandes representaban la mayor parte del territorio nacional, y las ramas pequeñas representaban la Península de Yucatán. Las raíces estaban alimentadas por los ríos Hondo y Suchiate.
Jesús platicó que el D. F. era una ciudad muy hospitalaria, a donde inmigraban personas de todos los Estados.
Milton comento que la mayoría de la gente que vive en Cancún, son inmigrantes o hijos de inmigrantes; y por eso esa ciudad era cosmopolita.
Juan contó que en Tapachula, hay personas de origen Chino, Alemán, Turco y otras partes, porque fue refugio para perseguidos políticos; y por eso eran solidarios.
La conversación no era abierta, se abordaban temas de carácter impersonal, todavía no se establecía un ambiente de amistad ente Marisol y ellos.
Llegaron a Tonalá "Lugar Caluroso". Esta ciudad ubicada un poco más lejos de aquel pueblo Oaxaqueño y con mayor número de habitantes, los hacía sentirse menos inseguros.
Juan sabía que muchos habitantes del Istmo de Tehuantepec se mudaban a vivir a la Costa de Chiapas, por lo que le preguntó a ella si tenía familiares en esa ciudad.
No, solo tengo parientes en Coatzacoalcos, Distrito Federal y Estados Unidos. Hace 12 años mis padres se fueron a vivir a Coatzacoalcos y regresé a mi pueblo hace tres años—respondió.
No dijo más, porque no deseaba comentar detalles de su vida. La realidad era que los padres de Marisol se mudaron a una colonia que se llama Allende de Coatzacoalcos y se separaron. Su madre se dedicó a la prostitución y su padre se fue como estibador en un barco griego de carga, a recorrer el mundo. Ella vivió ocho de esos nueve años, con su tía. Existían pocos recuerdos gratos.
— ¿Porque regresaste a tu pueblo?—preguntó Milton.
— Por negocios—contestó.
Este tipo de respuestas oscuras y cortantes, les desagradaban y enrarecían el ambiente.
Cuando entraron a la ciudad de Tonalá, ella pensó que lo ideal era ir a tomar un baño y cambiarse de ropa antes de comer algo, pero no externo su opinión porque deseaba que ellos tomaran la decisión. Los jóvenes localizaron un restaurante color anaranjado, amplio y limpio. Se estacionaron frente a él.
Antes de entrar al restaurante, Marisol dijo que necesitaba ir a comprar ropa, que regresaría pronto para comer con ellos. Milton se ofreció para acompañarla, pero ella no aceptó.
Marisol deseaba comprar un pantalón, una playera y ropa interior; le resultaba más cómodo hacerlo sola. Además estaba acostumbrada a comer poco y sin horario, podía realizar una sola comida en todo un día. Cuando trabajaba como edecán en las fiestas, era común que los invitados le ofrecieran drogas, y ella pasara toda la tarde y noche sin comer.
Los tres entraron al restaurante, los atendió una mesera chaparrita, morena, carita redonda, ojos negros, nariz minúscula y cabello rizado. Ordenaron la comida y avisaron que mas tarde llegaría otra persona a la mesa. Diez minutos más tarde, la mesera llevó lo ordenado y empezaron a comer sin esperar a Marisol, porque podría tardar mucho en regresar e incluso podría no volver.
Marisol llegó al restaurante 30 minutos mas tarde, y pidió únicamente un plato de arroz con camarones y una coca de dieta. La dueña del restaurante la observó detenidamente, se acercó a una de las empleadas y le comentó un chisme al oído. Todos se dieron cuenta de inmediato de la conducta de la dueña.
Después de pagar la cuenta, en la puerta del restaurante, Juan preguntó a la dueña sí conocía un buen hotel. La señora recomendó un hotel con estacionamiento, ubicado en la misma calle, tres cuadras mas adelante.
Al subir al carro Marisol expresó que no le gustaría ir al hotel que recomendó la señora. Propuso ir a la playa y buscar un hotel y todos estuvieron de acuerdo, fueron a Puerto Arista.
La pregunta a la dueña del restaurante solo tenía la intención de dejar una pista falsa a la señora. Su actitud de chismosa les dio desconfianza.
Al llegar a la playa Juan contó que cuando él era niño, a la entrada a Puerto Arista había una enorme Ceiba, y todas las tardes se llenaba con miles de cotorras. Aún cuando la Ceiba era enorme, parecía que no había lugar para todas, por lo que peleaban los espacios. Finalmente todas las cotorras conseguían un lugar, se tranquilizaban y dormían.
— Bueno ya no existe la Ceiba, pero el mar nos espera siempre—afirmó.
En Puerto Arista había muchas zonas para acampar y solo cuatro hoteles formales con aproximadamente 25 cuartos cada uno; ese verano estaban totalmente ocupados tres hoteles. En el hotel que se alojaron solo quedaban libres dos habitaciones, y las rentaron de inmediato. Una la ocuparon los tres hombres y la fue para ella sola. Ellos pagaron las dos habitaciones porque imaginaban que ella no podía pagarla.
Después de tomar un baño en su habitación, Marisol salió a caminar con ellos a la playa, y al anochecer fueron a comer. Al terminar la comida ella regresó a su cuarto a drogarse, había robado a don Saúl un paquete de droga.
Milton fue a ver a Marisol más noche para invitarla a salir, cuando ella abrió la puerta le manifestó que se sentía cansada y prefería quedarse en su cuarto. Él se puso triste y solo alcanzó a decir…bueno, que descanses.
—Gracias—contestó ella.
Marisol tenía poco dinero por lo que decidió vender algo de droga. En su habitación preparó pequeñas dosis y las envolvió con pedazos de papel, para venderlas más noche. Era hábil para encontrar clientes, así que vendió con facilidad varias dosis, hasta obtener el dinero suficiente para comprar un traje de baño el día siguiente.
Milton se reunió con sus compañeros y comentó su preocupación, les dijo que fue a ver a Marisol y parecía drogada.
Por otra parte, don Saúl continuaba su búsqueda…Este personaje era famoso en la región y todos sabían que se dedicaba a la construcción y exportación de fruta.
También era del conocimiento popular que sus verdaderos negocios eran el tráfico de drogas, la prostitución y el agio. Bien relacionado con políticos y con los medios de comunicación, gozaba de impunidad y tenía capacidad para corromper. Sus negocios estaban por encima de las ideologías, contaba con el apoyo de políticos de derecha, centro e izquierda.
Por teléfono, el capo había pedido a cómplices y amigos que le avisaran si veían el carro de los estudiantes. Uno de sus contactos en Tonalá, identificó el carro cuando quedó estacionado frente al restaurante y le informó.
El lunes, don Saúl mandó tres sicarios a la ciudad Chiapaneca. Llegaron en la mañana al restaurante y platicaron con la dueña, sobre las personas que viajaban en un automóvil con placas del Distrito Federal. La señora informó que eran tres hombres y una mujer, todos jóvenes; y que les había recomendado el hotel de su prima, el cual estaba a tres cuadras de distancia, sobre la misma calle, rumbo al centro de la ciudad.
Fueron de inmediato al hotel y uno de ellos habló con el encargado. Le dijo que buscaba a unos amigos que vienen del Distrito Federal. También comentó que la señora del restaurante, prima de la dueña del hotel, les informó que ahí estaban hospedados.
—¿Como se llaman sus amigos?—preguntó el encargado.
—Estos son sus nombres—respondió el hampón, entregando un papel.
El encargado revisó la lista de huéspedes y dijo que no había alguien registrado con esos nombres.
Con la aprobación del encargado, los maleantes revisaron el estacionamiento y después recorrieron las calles aledañas, hasta quedar convencidos de que no estaba el carro en esa área.
El grupo de sicarios regresó al restaurante para platicar con la dueña y la mesera. Les pidieron que describieran el carro y a las personas. Nadie sabía el número de placas, solo sabían que eran del Distrito Federal, pero dieron amplia información sobre ellos.
Por teléfono informaron a Don Saúl que en el carro viajaban tres hombres y una mujer, todos jóvenes y le dieron las descripciones que obtuvieron. Él ordenó que se pusieran en contacto con gente de confianza del lugar, para intensificar la búsqueda; y que ofrecieran pagar veinte mil pesos de recompensa al que los encontrara.
El cacique elucubraba que sí el carro que llegó al restaurante era el de los estudiantes, entonces Marisol viajaba con ellos y se encontraban en la costa de Chiapas. Deseaba recuperar su paquete, y eliminar a ella y sus cómplices.
Los hampones no tenían fotos de los estudiantes y tampoco las placas del carro, pero estaban dispuestos a “levantar” (secuestrar) a quienes viajaran en un Sentra blanco con placas de Distrito Federal y cumplieran con las características descritas.
4. El AmorEse lunes desayunaron en el hotel y se fueron a la playa. A medio día cuando decidieron meterse al mar, Marisol dijo: Voy a comprar un traje de baño, no me tardo. Compró un traje de baño barato para que le quedaran algunos pesos.
Fue a su habitación, se puso el traje de baño, y regresó con ellos lista para nadar en el mar. Lucía bellísima en traje de baño, tenía un cuerpo exquisito.
Los cuatro se metieron al mar y estuvieron divirtiéndose más de tres horas. Milton estaba impresionado de la belleza de Marisol, jamás había conocido otra mujer que le gustara tanto. Sus ojos negros, blanca sonrisa, piel morena, cintura esbelta y lindas piernas; lo seducían.
Regresaron al hotel a quitarse la arena en una regadera que está en la playa. Después fueron a sus habitaciones. Ella dijo que se cambiaría de ropa y los esperaría en el lobby.
Milton pidió a sus amigos que lo acompañaran a la habitación porque quería conversar con ellos; ahí fue directo al grano y dijo que desde que conoció a Marisol pensaba todo el día en ella. Reconoció que estaba enamorado y no le importaba que fuera drogadicta.
Jesús y Juan quedaron sorprendidos.
—Estás loco, porque además de drogadicta, es prostituta—exclamó Jesús.
— Si es prostituta, pero con todo y eso, quiero intentarlo—respondió.
— Incluso puede tener SIDA por ser drogadicta y prostituta—atacó Jesús.
— La sacaré de la droga, de la prostitución y la convenceré que se haga análisis de VIH—contestó.
— ¡Estás fregado!—concluyó Jesús.
Nada detenía la pasión de Milton, estaba convencido que a pesar de todo, el alma de Marisol era buena, pues con la droga y la prostitución solo se había hecho daño ella misma, no a los demás.
— Por mi parte estoy de acuerdo que ella viaje con nosotros para que lo intentes, así sabrás que quiere ella—dijo Juan.
Pero había un nuevo problema debido a que Marisol vendió droga en la playa y se enteró el vendedor del pueblo, quien avisó por teléfono a su proveedor de Tonalá. Acordaron reunirse a las cinco de la tarde en Puerto Arista.
El vendedor acudió a la cita acompañado del drogadicto que le había comprado a Marisol. El vendedor preguntó al drogadicto donde podía contactar a la mujer que le vendió la droga; y el drogadicto intimidado, dio el nombre del hotel. De inmediato fueron los tres al hotel a buscar en el lobby, pasillos, restaurante y sus alrededores.
Milton y Marisol fueron a la playa, él necesitaba decirle lo que sentía.
Jesús y Juan fueron a un improvisado bar que había frente al restaurante, para darle tiempo a Milton.
Cuando Marisol y Milton se dirigían al restaurante, el drogadicto la reconoció. Los narcotraficantes tomaron unas fotos y se fueron. Querían investigarla bien, antes de actuar. Necesitaban saber a que grupo pertenecía; no podían permitir intromisiones en su territorio, pero tampoco podían arriesgarse a meterse con la persona equivocada.
Desde el bar, Juan y Jesús vieron todo; así que pidieron la cuenta y salieron por un lado para seguir a los narcos. Solo alcanzaron ver la camioneta en que se retiraron, era roja.
Regresaron al restaurante y cuando se reunieron con Marisol y Milton, les pidieron ir a otro lugar. Jesús apoyó contando mas detalles sobre lo que habían visto
— Eran tres hombres tomándoles fotos a los dos—resaltó Jesús.
— Ella es muy bella por eso le toman fotos—bromeo Milton.
Sin embargo todos percibían que estaban en peligro y decidieron comer en la habitación de ellos.
En el cuarto Jesús platicó que aquellos hombres se habían retirado con rapidez en una camioneta roja nueva. Juan llegó mas tarde la habitación con comida, refrescos y una botella de ron; comentó que por precaución, sería bueno dejar el hotel al terminar de comer.
Sin embargo no lo hicieron porque esa reunión fue una catarsis que suscitó sentimientos de comprensión, purificación y otras emociones, fue como un ritual para extinguir los prejuicios de Jesús, revalorar la capacidad de amar de Milton y descubrir virtudes en Marisol.
La conversación fue fluida, profunda y abierta; la disfrutaron hasta la media noche. Todos tomaron algunas copas y ella no se drogó.
Esa misma noche el proveedor llevó las fotos a Tonalá donde estaban sus jefes. Al día siguiente, el martes, uno de los jefes le dijo al proveedor por teléfono, que necesitaban detener a esa mujer, porque le había robado la droga al mero patrón.
—Iré a Puerto Arista, espérame en el lobby del hotel a las diez de la mañana—ordenó.
Ese martes, Marisol y sus amigos salieron del hotel a las ocho de la mañana. A la salida de Puerto Arista se detuvieron en el poblado a comprar refrescos y pastillas de menta, mientras lo hacían pasaron por el sitio dos camionetas, y la señorita que los atendía comentó: esos son narcos y manejan como bestias. Voltearon a ver las camionetas y una de ellas era la camioneta roja del día anterior.
En cuanto pasaron las camionetas en dirección al hotel, ellos salieron en sentido opuesto, rumbo a Tonalá para tomar la carretera que va primero a Pijijiapan y después a Tapachula.
5. La encrucijada
En las últimas 24 horas Marisol había vivido una situación difícil interiormente, no sabía que hacer cuando arribara a Tapachula. Debía resolver entre seguir por su cuenta o vivir con Milton. Vivía una encrucijada.
Finalmente, tomó la decisión más importante de su vida y les confesó que en su mochila tenía casi dos kilos (cuatro libras) de droga, empacadas en dieciséis bolsitas, y que deseaba deshacerse de todo.
Para evitar que la droga pudiera ser usada por alguien más, decidieron tirarla al mar. Viajaron a Acapetagua una ciudad de cinco mil habitantes; y de ahí se dirigieron a un pequeño poblado de pescadores, a partir del cual se puede ir en lancha a la playa.
El pueblo era muy pequeño, a simple vista parecía que solo eran 10 viviendas, pero existían mas chozas en la selva de mangle. En el lugar había un campamento del ejército que daba asistencia a la población. Doctores y dentistas atendían gratis a las personas.
Encontraron un pescador que por quinientos pesos los llevó a pasear por los canales que cruzan el manglar y llegan a la playa.
Es un pantano con mangles diferentes a los que existen en otras partes del mundo. Este mangle chiapaneco, tiene sus raíces en el lodo como todos, pero su tallo es recto y alto, con hojas limpias, mide más de 35 metros de altura. Nace en el pantano y alcanza el cielo
Después recorrer el manglar por aquellos canales naturales, desembarcaron cerca de la playa y corrieron para meterse al mar, ahí tiraron la droga entre las olas, recorriendo casi un kilómetro a lo largo de la costa. Se arrojó todo al mar, ni siquiera Marisol guardó un gramo. El polvo blanco se mezcló, disolvió y dispersó; en el inmenso océano pacífico.
Tomaron la lancha de regreso hasta la casa del pescador, quien les obsequió camarones cocidos. Se despidieron del pescador y fueron al automóvil, el cual habían estacionado cerca del campamento médico-militar.
El martes a las seis de la tarde llegaron a Tapachula, y el miércoles Marisol y Milton tomaron el vuelo de regreso a la Ciudad de México.
Jesús y Juan permanecieron en Tapachula hasta el martes siguiente, porque Juan mandó a pintar carro de color azul. Regresaron al Distrito Federal por carretera sin ningún problema.
Milton se tituló en la Universidad Nacional Autónoma de México como Ingeniero Mecánico Electricista, año y medio después de regresar de aquel Viaje. Marisol, que no padecía SIDA, obtuvo el titulo de Bióloga a los 31 años de edad.